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Alejandro Fernández: la revolución del vino en Ribera de Duero

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Alenjandro Fernández en la entrega del premio Don Luis Hidalgo en Enofusión 2016

Fue herrero, carpintero y hasta inventor de maquinaria agrícola, más volcada a la remolacha y al cereal que a la viticultura. Pero Alejandro Fernández, fallecido en Santander el pasado sábado 22 de mayo a los 88 años, nació para el mundo del vino. En 1975 se lio la manta a la cabeza y decidió hacer la revolución en la Ribera del Duero desde el pequeño municipio de Pesquera, de apenas medio millar de habitantes.

Alejandro Fernández, bodeguero hecho a sí mismo, al modo y manera de los grandes hombres y mujeres de negocios norteamericanos, es todo un personaje. Listo, autodidacto, tozudo, con gran olfato para los negocios… llega a marcar un antes y un después en la afamada Denominación de Origen Protegida Ribera de Duero y pone en el mapa, algo impensable para mucha gente, el pueblecito de Pesquera de Duero donde vino al mundo.

Puso en el mapa al pueblo de Pesquera del Duero y marcó un antes y un después en la afamada D. O. Ribera del Duero.

Indiferente a las modas, tanto en sus vinos como en sus etiquetas, apuesta por vinos potentes, al modo y manera de la forma de entender el vino en los 80, que desbordan fruta y que son aptos para envejecer por ese gran equilibrio que siempre logra entre madera y expresión frutal.

La palabra jubilación jamás apareció en su vocabulario. De hecho, ha muerto con las botas puestas, ya que siguió con su trasiego y vida habitual a diario. Se levantaba a las seis de la mañana e iniciaba su periplo por sus diferentes fincas. Junto a su hija Eva, enóloga, aguantó estoicamente los enfrentamientos familiares con su exmujer y sus otras hijas con quienes terminó rompiendo y siguiendo un camino diferente con Familia Fernández Rivera.

En 1982 Robert Parker calificó su vino Pesquera como el «Pétrus español», con 98 puntos.

Su salto a la fama se produjo en 1982 cuando Robert Parker, el prestigioso gurú norteamericano, calificó el Pesquera como el “Pétrus español” y le otorgó 98 puntos. Hasta entonces era él su propio comercial y cargaba con sus botellas en sus visitas a los restaurantes para procurar hacerse un hueco.

Defensor a ultranza de la variedad tempranillo, a la que siempre consideró la mejor uva del mundo, fue también un adelantado a su tiempo al negarse a filtrar los vinos por considerar que perdían potencial y siempre resaltó los valores de su variedad preferida, ya fuera en Ribera del Duero, en Zamora o en La Mancha.

Se fue Alejandro, pero queda su inmenso legado, su pasión por el vino. Su amor por la viticultura y su intuición a la hora de llegar a cabo las faenas de vendimia. Descanse en paz.

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