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Consultores, asesores y otras yerbas

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Recientemente ha tenido mucha presencia en prensa una comunicación emitida por Bodegas Protos. La nota dice textualmente “250 sumilleres ofrecieron su criterio proponiendo su coupage ideal entre los diferentes tipos de levaduras”.

No queda muy claro si los 250 sumilleres se limitaron a opinar y elegir su blend favorito o cacharrearon con pipetas y probetas. De todas formas, es una muy buena idea trasladar un proyecto de I+D a un producto comercial y además escuchar a los profesionales que van a ofrecerlo a sus clientes. Pero a mí me ha hecho reflexionar sobre los otros tipos de consultoría más convencionales.

Externalizar funciones es tendencia en los últimos años, y más en un sector trufado de pymes y tremendamente reglamentado, le existencia de asesores legales, fiscales, contables, laborales, de calidad (para pasar las certificaciones), etc., es una constante. Antiguas gestorías se han transformado en asesorías que incluyen servicios como gestión de libros oficiales, declaraciones, trazabilidad, AICA… En una zona donde se juntan tres comunidades autónomas, un consejo regulador riguroso y todas las burocracias del mundo deberían ser una mina.

Sin embargo, la asesoría enológica parece que se limitaba a las bodegas que “no podían pagar un sueldo”. Parecía más una contratación a tiempo parcial que una consultoría. Y lo pongo en pasado porque cada vez es menos relevante, o eso espero.

Hay un primer tipo de consultoría, muy habitual en Francia, que es pilotada por profesores universitarios de reconocido prestigio, hay simbiosis entre empresa y universidad, de manera que un pequeño château tiene acceso al conocimiento y la ciencia para poner en práctica sus investigaciones. Los grupos grandes también recurren a ellos para dirigir proyectos de I+D+i y para dar soporte a sus propios equipos de técnicos. En España ya se está viendo; con retraso, ya que la Enología ha llegado muy tarde a la Universidad.

Otro tipo viene de distribuidoras de productos enológicos o laboratorios privados que han ampliada su cartera de servicios con la asesoría parcial o integral. Comenzaron enseñando a bodegas nuevas técnicas de manera altruista, pero vieron el filón. Nada que objetar, si saben separar las líneas de producto y no fuerzan sinergias entre ellas. Otras asesorías que son “gratis” no dejan de ser una forma de venta técnica, tan legítima como todas, pero como consultoría es limitada.

Luego ya van los freelances, y aquí hay para todos los gustos. En primer lugar están profesionales que se implican totalmente en los pocos proyectos que llevan. Algunos han dado la vuelta como un calcetín a vinos que eran una veleta. Son gente con experiencia, conocimiento, método y sentido común.

Otros son lo contrario, “correbodegas” que tiran a todo lo que se mueve, es curioso cómo gente que lleva así décadas siguen en activo. No todos son malos, ni mucho menos, algunos elaboran correctamente y luego ayudan en la venta a granel del vino. Los ingresos les vienen de las dos actividades y todos contentos.

Hay un tipo poco habitual, aunque a mí –que lo he sufrido en carnes propias- me gusta, es un consultor-auditor que recibe muestras y análisis de su cliente, y emite un informe valorando los vinos en su contexto de añada, zona y momento de crianza. No es un amiguete que pasaba por allí y cata, sino un experto que emite su informe a la dirección de la bodega y, si esta es inteligente, le servirá para ver dónde buscar su lugar en el mercado, abrir líneas de mejora, nuevos productos o cortar cabezas.

Otro especialista es el blender, enólogo que se ha currado un prestigio, generalmente en bodegas del nivel más alto posible y que se dedica a hacer coupages de vinos elaborados por otros. El peligro es caer en recetas y rutinas; que “sus” vinos sean reconocibles puede ser una virtud o un error. Si tiene predicamento suficiente entre prescriptores y sumilleres, y buena labia, pasa a la categoría top: el enólogo divo o de pasarela. La gente le pedirá opinión, sus comentarios son sentencias. Si no caen en el folklore, la soberbia o en las opiniones mediatizadas, son necesarios para dar a la comunicación del vino un tono más profesional; pueden ser un contrapeso a los juegos florales en que se han convertido catas, presentaciones y demás eventos.

El blender generalmente se asocia a vinos de gama alta, pero también es importante saber mantener la calidad y la regularidad en vinos populares, los típicos vinos de supermercado o de marca propia tan habituales en Centro Europa. Esta actividad genera poco glamour, pero debería dar mucho dinero, rara vez se tiene una planificación en cantidad y plazo realistas; hay buenos profesionales que saben gestionarlo y buscar soluciones.

En fin, que hay para todos los gustos y de todos los pelajes y precios; pero lo que está claro es que un consultor no es un formador. No te equivoques.

 

 
Químico Industrial y Enólogo

 

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