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Sin perdón

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Las películas norteamericanas, desde hace unos años, propagan el disfrute del vino en múltiples situaciones, mientras que en nuestra España cada vez que sale un vino en una escena pensamos en cuánto le habrá costado a la bodega el emplazamiento publicitario. Pues bien, allí nadie se alarma por ver una copa de vino en la ducha, a todas horas del día y siempre asociadas a momentos de compañía o de disfrute pleno.

Lejos quedan esos tiempos en los que los cigarrillos rubios y el vaso largo con güisqui reclamaban nuestra atención sobre el American way of life.

Ya nos soltaron una avanzadilla de todo el arsenal USA con el visionado de la célebre película Entre Copas, que aquí no ha tenido más parangón que la escena de Penelopé Cruz y Javier Bardem en la que mutilan al toro de Osborne en “Jamón Jamón” y aisladas y honrosas excepciones.

Claro que en Estados Unidos se escandalizan cuando vienen a España y ven cómo en algunos quioscos pueden verse a mujeres semidesnudas en las portadas, algo que en el inconsciente colectivo patrio está asumido, en lugar de caer más en la cuenta de que somos el principal país productor mundial en hectáreas de viñedo.

Y ahí el Ministerio de Cultura, el de Agricultura y el de Sanidad, entre otros, deberían caer en la cuenta de que el vino y su cultura son un activo muy importante de nuestro país como base fundamental de la dieta mediterránea y como parte fundamental de nuestros usos y costumbres, por mucho que el consumo moderado de vino per cápita no sea el más adecuado.

Hace unas semanas, en la Asamblea General de la Asociación de Periodistas y Escritores del Vino (AEPEV), salió a colación el ejemplo americano, aunque es algo por lo que deben velar las instituciones creadas a tal efecto. La lástima es que tampoco hay unanimidad entre los estudios científicos, que son “la Religión de nuestros días”. En el último se habla de hasta un máximo de tres copas de alcohol a la semana para prevenir enfermedades como el cáncer de próstata.

Como en todo, la clave está en la dosis, sin olvidar que es una bebida alcohólica. Pero, ¿y si estamos a gusto con unos amigos en una cena, donde no nos preocupa tener que coger coche? ¿Es que no tenemos derecho a relajarnos e incluso a perder la moderación en la ingesta por un momento?

La cuestión no es sencilla, porque se trata de evangelizar a quienes se asoman al mundo del vino, de hacer el paripé con las instituciones para quedar bien y no incordiar demasiado y tampoco creo que estemos utilizando a toda máquina instrumentos tan importantes como el Enoturismo, que se viene vendiendo desde hace más de tres lustros como la gallina de los huevos de oro del sector y yo la verdad es que sigo leyendo las mismas cosas que hace más de 15 años y cada año se sigue vendiendo como innovación turística.

En este punto, sí que tendríamos que aprender de los americanos, de cómo nos muestran el vino para relajarnos, sirviéndose una copa como relax al terminar la jornada laboral y antes, durante o después de la ducha, en lugar de circunscribirnos tan sólo a una mesa con viandas. Porque disfrutar del vino se puede hacer de múltiples maneras. Conozco a gente que bebe más vino en los postres o que incluso moja el trozo de pan sobrante de una comida en el vino como recuerdo de épocas pasadas donde el vino ejercía de forma real como alimento, aunque legalmente esté reconocido como tal.

Beban vino, con moderación y en diferentes escenarios, siempre que eso nos haga disfrutar de la compañía y que amenice nuestras comidas y determinados momentos en los que podamos recordar que una vez estuvimos en tal sitio y tomamos tal vino, porque esta bebida milenaria nos permite viajar a múltiples parajes, múltiples elaboraciones, diferentes variedades y diferentes aromas, colores y sabores, todos ellos dignos, siempre y cuando se haya primado la materia prima y se hayan tratado con esmero. ¡Si es que no tenemos perdón!

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