Inicio / Nuestras Firmas / Vino español: De la quema al mercado

Vino español: De la quema al mercado

El 1 septiembre, 2015

Los Premios Mezquita se renuevan y cambian fecha a junio

Cuando el diablo no tiene nada que hacer, mata moscas con el rabo. Durante este verano, algunos medios de comunicación, haciendo bueno el refrán de «solo se acuerdan de Santa Bárbara cuando truena» se han apuntado al carro de «España es líder en venta de vino gracias a que vende más barato que nadie».

Y con esa aseveración, cierta a todas luces, creen haber descubierto América mucho antes que Cristóbal Colón y Américo Vespucio juntos.

Pues bien, hace relativamente pocos años, España se situaba tercera en el listado de vendedores en volumen y además sus precios medios se situaban a la cola del mundo. Pero en ese momento, España, con una cosecha media de 40 millones de hectolitros, una exportación que oscilaba entre los nueve y los diez millones de hectolitros, un consumo por encima de los 12 millones y un sinfín de destilaciones con cargo a los presupuestos nacionales y comunitarios (es decir al bolsillo común de españoles y europeos) seguíamos a la cola del mundo del vino. Muchas cooperativas y algunas bodegas elaboraban algo parecido al vino que se destinaba a la quema y que inundaba las alcoholeras sin que estas pudieran comercializar lo que recibían para uso de boca.

Cuando esto ocurría, los actores principales del vino (viticultores y cooperativistas sobre todo) exigían que se mantuviera el sistema de destilaciones porque de lo contrario el mercado se iba a hundir, cuando lo que en realidad estaba ocurriendo es que se sostenía artificialmente y se elaboraban (¿vinos?) de una calidad más que dudosa con unas cooperativas más preocupadas de tener un buen comedor social en el que recibir a los políticos de turno que de elaborar productos de calidad.

Esa política, heredada del franquismo y escasamente diferente a la practicada por los satélites de la antigua Unión Soviética (más preocupados por la elaboración que por la calidad), desembocó en una paulatina desaparición de las diversas destilaciones, con excepción como es lógico de la destinada realmente a la elaboración de alcoholes para uso de boca, y el vino ha ido directamente al mercado. Nos hemos convertido así en los primeros exportadores en volumen, meta ansiada tanto por la Administración conservadora de Arias Cañete, en su primera incursión de la era Aznar, como con Elena Espinosa en la primera etapa de Zapatero.

Lo que ahora ocurre es que el vino que antes se quemaba para no se sabe muy bien qué, se ha introducido en el mercado en un contexto de reducción del consumo interno y de incremento de la producción, a la par que de la productividad. Ese vino es, en su mayoría, vino a granel de diversas calidades y orígenes. Y su precio lo fija el mercado internacional en función de su calidad, y de la oferta y la demanda de cada vino. Donde exportábamos 900 millones de litros, vendemos ahora alrededor de 2.300 millones de litros, un 160% más.

Y de esos 2.300 millones de litros, alrededor del 55%-60% es vino a granel de diversa calidad pero en el que solo un 20% alcanza el buen precio que realmente merece, mientras el resto queda en el apartado de vinos más básicos. Comparar la realidad italiana con la española es no querer conocer la historia en su totalidad. Abogar por envasar todo el vino, incluido el de calidad más que dudosa, es desconocer la realidad del mercado y tirar piedras contra nuestro propio tejado. Pero la ignorancia es una ciencia muy atrevida, especialmente cuando los que lanzan la piedra no van a mover un dedo por cambiar esa realidad.