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Primeras lecciones de la crisis

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Las empresas del sector del vino debemos deducir la consecuencia de la imperiosa necesidad de hacer bien las cuentas

De entre todas las situaciones por las que atraviesa en estos meses difíciles el vino español, conviene distinguir aquellas con posibilidad de ser meramente coyunturales y que, por consiguiente, acabarán pasando y aquellas, por su parte, que tienen toda la apariencia de tendencias estables y que, como tales, están para quedarse. Para enfrentar estas últimas, debemos estar especialmente bien preparados.

El vino español, como tantos otros productos alimentarios y tantos otros sectores económicos, atraviesa unos meses difíciles. En nuestro caso, a la crisis financiera del último trimestre del 2008 y primero del 2009 y a la crisis de consumo que arrastramos desde finales del pasado año, se ha unido la entrada en vigor de una nueva reglamentación europea que ha cambiado sustancialmente las reglas del juego, tanto en materia de legislación – y por lo tanto posibilidades de protección – como en materia de subvenciones – y, por lo tanto, de mecanismos de regulación para compensar desequilibrios –. Y en medio de estas dificultades financieras, económicas y reglamentarias, observamos cambios de los que algunos acabarán pasando, pero otros apuntan tendencias más estables para las que deberemos estar preparados. De todo ello podemos extraer algunas lecciones importantes para el futuro del sector.

La mala situación financiera acabará pasando antes o después. Pero, seguramente, no volveremos a ver en muchos años una facilidad de crédito tan grande como la vivida en los últimos tiempos. De ello, las empresas del sector del vino – como tantas otras – debemos deducir la consecuencia de la imperiosa necesidad de hacer bien las cuentas. Las inversiones son necesarias para la evolución de las empresas y, en la mayor parte de los casos, para ellas requerimos financiación externa. Como financiación se requiere para la propia gestión comercial. Pero, las inversiones deben ser razonables y responder a una capacidad realista de pagarlas en el futuro con la actividad ordinaria del negocio, y la solvencia de los clientes debe analizarse con cuidado. Al final, la lección principal que podemos extraer de los actuales problemas financieros es la necesidad de hacer buenos escandallos de producto, medir con cuidado las inversiones que realizamos y su contribución a nuestro negocio vitivinícola y cuidar con mimo la cartera de clientes.

Pero, además de un problema financiero, vivimos una fuerte disminución del consumo, tanto por causas reales como el incremento del paro, como por causas más psicológicas que están llevando a un retraimiento del gasto. De esta situación actual de menor consumo – y, por lo tanto, menores ventas –, que acabará recuperándose en unos meses, podemos deducir tres lecciones importantes con visos de mayor estabilidad. En primer lugar, el consumo de vino en España viene ya trasvasándose desde hace unos años de la restauración al hogar. De ser un país con más del 60% del consumo de vino fuera de casa, estamos pasando al 50% y posiblemente se incremente en el futuro aun más el consumo en el hogar. Y crece, en particular, el consumo de vinos de calidad en el hogar. El canal de la alimentación parece ir cobrando cada día mayor fuerza. Y esto implica cambios importantes en nuestros vinos, la gestión de la cartera y la forma de comercializarlos. En segundo lugar, la actual situación de menor consumo nos muestra que no todos los tipos de vino pierden mercado en igual medida y, de ahí, la importancia de poder disponer de una cartera de productos diversificada: unos más caros y otros más baratos, unos más modernos y otros más clásicos, unos más para restauración o tienda especializada y otros para alimentación. A partir de un cierto volumen de producción, resulta indispensable tener una cartera racional de productos y gestionarla con mucho cuidado para poder hacer frente a la distinta evolución de distintos segmentos de mercado. Y entre estos productos no podemos olvidar que la realidad del mercado apunta a un gran volumen de comercialización en segmentos bajos de precio. Finalmente, la misma mala situación de consumo nos permite observar, sin embargo, que no todos los mercados se comportan igual y que, por lo tanto, también interesa diversificar en cuanto a canales y mercados de venta. La exportación, hoy, para los comercializadores de vino, ya no puede ser un capricho ni una actividad esporádica. Es una necesidad. A título de ejemplo, si Reino Unido y Estados Unidos han caído ligeramente, mercados como Bélgica, Corea o Brasil presentan muy buenas oportunidades. Dentro de una diversidad de mercados para nuestros productos, tendremos muchas más oportunidades de crecer en los que en cada momento mejor vayan.

Por último, igual que podemos extraer lecciones de la actual situación financiera y económica, también podemos hacerlo de los cambios provocados por la nueva reglamentación vitivinícola europea. Tanto la nueva OCM[1] como la PAC[2] apuntan con claridad a menor protección legal para nuestras producciones y menor apoyo económico. Y la suma de menores apoyos legales junto con tendencia a menores subvenciones de mercado (por creciente paso de las subvenciones a apoyos directos al productor y desacoplados respecto de su actividad), conduce, en ambos casos, a la mayor necesidad de competir y vender nuestros productos: vinos de todos los tipos, pero también mostos y alcoholes vínicos. La lección en este caso, y tendencia estable para el futuro a la que debemos aprender a enfrentarnos, es la creciente necesidad de competir y vender nuestros productos con menores restricciones legales y menores apoyos económicos externos. Las ayudas no son eternas pero, mientras existan, debemos aprovecharlas al máximo, precisamente porque no durarán. Si han desaparecido las ayudas al almacenamiento, al mosto o a las exportaciones, debemos ser capaces de vender de forma competitiva sin ellas. Si, durante un tiempo, vamos a disfrutar de ayudas al alcohol, la reestructuración del viñedo, las inversiones o la promoción exterior, debemos aprovecharlas al máximo porque no se mantendrán siempre. Si, por otro lado, cambian las prácticas enológicas o las restricciones al etiquetado de vinos sin indicación geográfica o incluso puede llegar a cambiar la prohibición de plantaciones, debemos ser conscientes de ello y ser capaces de seguir vendiendo nuestros vinos igual o mejor en la nueva situación. La mala noticia es que, seguramente, todos estos cambios tengan efectos negativos en los precios medios de los vinos.

La buena noticia, sin embargo, después de ver todos los problemas actuales y los retos a los que debemos enfrentarnos es que el sector del vino español está suficientemente preparado para poder afrontarlos con éxito. Quizás las cosas en el futuro no sean tan fáciles como lo fueron en el pasado reciente. Quizás ello nos obligue a un mayor grado de profesionalización y más trabajo. Quizás haya que pensar que terminó la época de las vacas gordas y los márgenes serán más ajustados en el futuro. Quizás incluso algún operador no pueda afrontar ese entorno de creciente competencia. Pero sí está claro que la inmensa mayoría del sector español del vino tiene producto, experiencia, capacidad, técnica, recursos y voluntad suficientes para competir con éxito en el nuevo marco financiero, económico y legal en el que estamos.

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