El buen uso del vino

El vino se ha consumido desde hace miles de años, siendo una parte indiscutible de nuestra cultura gastronómica. Participa de manera cotidiana en muchos momentos de nuestra vida: como pareja de una exquisita comida, en ese momento mientras preparas con ilusión una cena para los tuyos, en una agradable charla en un bar o en una reunión con amigos.

Actúa como catalizador social en reuniones, quedadas, cócteles, bodas, bautizos y cualquier evento. Incluso puede ser un gran aliado en una cita romántica. Siempre es una buena excusa para pasar buenos momentos en compañía de familiares y amigos.

Por otro lado, su consumo moderado tiene beneficios para la salud. Es rico en antioxidantes, como son los polifenoles que protegen a las células de los radicales libres. Puede ayudar a prevenir enfermedades cardiovasculares. Una copita diaria ayuda a mejorar la función cognitiva y a reducir el riesgo de diabetes del tipo dos. Incluso algunos estudios determinan que puede tener determinadas propiedades anticancerígenas.

El aroma del vino nos hace viajar en el tiempo, recordando momentos agradables y mágicos; su sabor nos hace viajar en el espacio, imaginando un paseo por los viñedos. Sus colores y matices nos pueden llevar a una playa o una montaña donde nos envuelva un atardecer de ensueño. Esa es la magia que envuelve a este placer llamado vino.

Sin embargo, tanto los buenos momentos, como los deliciosos sabores, se pueden llegar a perder por un consumo excesivo. No podemos buscar sólo su efecto sedante y evasivo; el vino se merece mucho más.

Si elegimos el camino del consumo desmedido, lo único que conseguiremos es desperdiciar las cualidades del buen vino.  Algo que nos invita a soñar con matices, olores, sabores y colores, con los que brindar por los nuestros y por los buenos momentos de la vida.