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Castellana blanca y morate, ¿el futuro de los vinos de Madrid?

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La concentración de variedades y la adaptación de técnicas modernas durante las últimas décadas han provocado que disminuya la diferenciación entre los vinos presentes en el mercado. Por eso, la introducción de nuevas variedades, además de otras ventajas, podrían aportar nuevos productos a un mercado globalizado. Tras un estudio en el que se han detectado más de 70 variedades de vid en viñedos centenarios de la Comunidad de Madrid, el Instituto Madrileño de Investigación y Desarrollo Rural, Agrario y Alimentario (IMIDRA), se centran en dos de esas variedades para estudiar las posibilidades de futuro que tienen para elaborar vinos diferenciadores, dentro de la denominación de origen vinos de Madrid, tanto por sus carterísticas organolépticas, así como fenólicas y por su resistencia a las enfermedades más comunes.

Durante toda la historia, en la zona que hoy ocupa la Comunidad de Madrid, se ha realizado un constante trasiego de variedades de vid, lo que le ha aportado a la zona gran diversidad en materia vegetal. Sin embargo, tras la plaga de la filoxera, variedades como la airén, tempranillo, garnacha, macabeo o jaén, coparon la mayoría de los viñedos. Años después, con la creación de la Denominación de Origen Vinos de Madrid en 1990, el catálogo de variedades autorizadas se fijó en garnacha tinta, tempranillo, malvar, albillo real y airén. Una selección que se iría ampliando con torrontés, moscatel de grano menudo, macabeo, perellada, graciano, garnacha tintorera, cabernet Sauvignon, merlot, sauvignon blanc, syrah y petit verdot. Elección que en muchas ocasiones se impuso por las tendencias de mercado internal.

Sin embargo, en un momento como el actual, donde menos de una decena de variedades ocupan el 80% de la superficie vitivinícola, es interesante potenciar la diferenciación y tipicidad de los vinos de cada zona. Por ello son diversos los proyectos destinados a identificar y potenciar variedades diferentes de vid. Como el desarrollado por IMIDRA, en colaboración con el Instituto Nacional de Investigación t Tecnología Agraria y Alimentaria (INIA), entre los años 2009 y 2016, en el que se identificaron 72 variedades, de 257 muestras recogidas en parcelas centenarias de la Comunidad de Madrid: 33 comerciales españolas y 4 extranjeras, 8 de uva de mesa, 1 portainjerto, 9 variedades minoritarias, 13 nuevas y 4 genotipos desconocidos.  Estos resultados no sólo demuestran la amplia diversidad con la que cuenta Madrid, sino que, a lo largo de la historia, ha sido un punto de confluencia, pues se han encontrado muchas variedades que se cultivaban en otras zonas.

“las nuevas variedades tienen interés para potenciar el patrimonio cultural de esta zona vitivinícola. Además de que son potenciales soluciones para adaptarse a los cambios del clima ya que contamos con una gran diversidad” explica Gregorio Muñoz Organero

Las denominadas variedades minoritarias, entre las que se encuentran la benedicto, cadrete, castellana blanca, hebén, morate, romé, salvador, tinto de Navalcarnero o la verdejo de Salamanca, son aquellas que se creían desaparecidas en la región. Por su parte, las variedades nuevas, hacen referencia a aquellas de las que no se tenía constancia, pero también se han encontrado en otras comunidades autónomas, como la azargón, brustiano faux, crepa, botón de gato, cornigajo, bengral o granadera, jarrosuelto, montonera, ruberiza, tarazonal, terriza, tinto bastardo y tortozona tinta

Este descubriemiento abre la posibilidad de potenciar el patrimonio vegetal en la región, una de las bazas que habrá que jugar, no sólo para buscar una diferenciación en los mercados, con productos innovadores, sino para amortiguar los efectos del cambio climático sobre la producción vitivinícola.

Según los investigadores, es preferible apostar por conservar y potenciar variedades, como estrategia: “las nuevas variedades tienen interés para potenciar el patrimonio cultural de esta zona vitivinícola. Además de que son potenciales soluciones para adaptarse a los cambios del clima ya que contamos con una gran diversidad” explica Gregorio Muñoz Organero, investigador en viticultura del IMIDRA. La alternativa a emplear estas variedades podría pasar por la creación de cruces interespecíficos, es decir, el cruce de variedades para crear otras nuevas. Una opción que, aunque estarían preparados desde el IMIDRA para realizar, lo desaconsejan. “Necesitamos sostenibilidad ambiental y mejorar costes de producción, es lo que pide la sociedad. Nos falta saber cómo se adaptarán las variedades al entorno” explica Félix Cabello de Santa María, director del departamento de Investigación Agroalimentaria del IMIDRA.

“Necesitamos sostenibilidad ambiental y mejorar costes de producción, es lo que pide la sociedad. Nos falta saber cómo se adaptarán las variedades al entorno” explica Félix Cabello de Santa María, director del departamento de Investigación Agroalimentaria del IMIDRA.

Ahora, a través del proyecto Minorvin, iniciado en 2019 y que finalizará en 2022, orientado a potenciar variedades de vid vinoritaria en el que participan 16 centros de investigación nacionales. En este proyecto se han seleccionado más de 50 variedades minoritarias españolas para una evaluación agronómica y enológica. De este modo, esperan poder encontrar nuevas variedades que aguanten las futuras condiciones climáticas derivadas del cambio climático (brotación tardía, baja sensibilidad a mildiu y oídio, resistencia a la sequía, etc.), y que muestren una tipicidad propia para lograr la diferenciación en los mercados. Una forma de que los viticultores y bodegueros afronten los retos actuales con “patrimonio varietal propio”, expone Muñoz Organero.

El futuro de la castellana blanca y la morate

Entre las variedades en proceso de estudio, desde el IMIDRA han querido destacar dos que podrían ser candidatas para cultivarse dentro de la Denominación de Origen Vinos de Madrid: la castellana blanca y la morate. Han apostado por estas dos variedades, por su adaptación al entorno, ya que se tienen registros de su cultivo previo en la zona, para estudiar su desarrollo fenólico y sus características organolépticas, en comparación con otras variedades utilizadas en la región.

Aunque, según comenta Juan Mariano Cabellos Caballero, investigador en enología del IMIDRA, el estudio es complejo ya que a pesar de que las viñas están dispersas por las cuatro subzonas de la denominación, hay pocas, y al no ser variedades permitidas, los viticultores no dan demasiada información sobre ella.

La morate ha mostrado similitudes con la garnacha.

La variedad castellana blanca, que sería la madre de la verdejo y la tinta de Navalcarnero, cuenta con registros de su cultivo ya en el siglo XVII en Castilla y León. En la investigación, se ha estudiado frente a la malvar y la airén. Así, ha presentado una brotación intermedia entre ambas, aunque más tardía en maduración que la malvar. Frente a la malvar, tiene mayor acidez titulable y ácido tartárico, menor pH e IMT (índice de madurez tecnológica) y similares niveles de ácido málico y potasio, a lo largo de la maduración. En cuanto al vino elaborado, algo más de acidez y frescura que la malvar, con presencia de alcohol y nota vegetales con ligero amargor. Un vino equilibrado, armonioso y afrutado. Fue diferenciado en cata frente a malvar y airén, aunque el panel de cata se decantó en cata hedonista por el airén, si bien hubo unanimidad a la hora de elegir junto con la malvar.

Por su parte, la morate, cuenta con registros de su cultivo a finales del siglo XIX en Huesca, Rioja y Castellón. Se ha comparado en este estudio frente a la garnacha y la tempranillo. Desde un principio, la percepción de los viticultores, en este caso, es que se trata de una variedad productiva, bien adaptada y resistente a sequía. En el estudio de la finca El Socorro la morate ha mostrado brotación y maduración más tardía que garnacha y tempranillo. Ha presentado valores de pH y acidez más adecuados que la tempranillo y similares a la garnacha. A la hora de elaborar vinos, ha dado vinos afrutados con notas a gominolas, ligeros y frescos en boca, con características organolépticas similares a las de la garnacha. Sin embargo, en catas triangulares se ha preferido la garnacha, pero la morate ha salido elegida frente a variedades como cabernet sauvignon o tempranillo.

Se abren así nuevas posibilidades para denominación madrileña que ahora mismo cuenta con una superficie de 8.528 hectáreas de viñedo, más de 3.000 viticultores y medio centenar de bodegas.

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