Etnólogo. Enólogo. Enoloco
Acabo de acordarme de una anécdota que me ocurrió este verano. Estaba de celebración en el chalet de unos amigos. Sol radiante, paella a leña cocinándose, piscina refrescante y niños revoloteando con un balón de rugby en las manos.
Apretaba el calor mediterráneo, así que decidí placar el bochorno con algo fresquito. Saqué de mi mochila una botella de vino que había llevado para la ocasión. A mi alrededor estaban varios amigos y, junto a ellos, algunos allegados de mis colegas. En fin, un montón de gente, y a varios les estaba conociendo ese mismo día. Mientras sacaba el corcho, le comenté a uno de estos nuevos amigos que soy enólogo, y que el vino me apasiona. La etiqueta de la botella presentaba buen aspecto. La forma de la botella era estilizada. En general, daba el aspecto de que me estaba tomando algo bueno. Saqué unos hielos y un refresco; lo mezclé todo. Cometí el pecado que nunca se debería hacer, pero que yo me paso por el arco del triunfo. Uno de ellos, boquiabierto me soltó "¡Eh tío! Pero… ¿Tú no eras "etnólogo"?¿Cómo haces eso?".
No me llama la atención que una persona que no sepa la diferencia entre un enólogo y un etnólogo. No todos tienen por qué saber el nombre de mi profesión. Aunque tal vez sí deberían. Pero que me recrimine que mezcle vino con un refresco sí. Me hace pensar que comunicamos mal. Que la idea está equivocada. Que no hay que sacrificar ciertos hábitos que existen, y que hacen que la gente se líe, y dejen de consumir nuestros vinos. Como país, España posee una calidad-precio insuperable, pero nos rendimos a la cerveza. Tal vez, es el fruto de las campañas publicitarias. Sin embargo, dentro de casa no nos enteramos, y por no saber de vino, muchos prefieren no consumirlo.
No saben lo que se pierden.
Arturo Blasco
Enólogo
|
Licenciado en Enología.
Master en Dirección de Marketing y Ventas.
Suscribirse
Reciba nuestras noticias en su email