Las historias del vino, el “story-telling”

Si queremos destacar de entre las cerca de 7.000 bodegas existentes y el vendaval de más de 20.000 marcas que confluyen en los puntos de venta, tenemos que aportar algo diferente, único y genuino que haga que recabemos la atención de un consumidor atorado en un lineal dispuesto a modo de batallón militar.

El “story-telling” (contar historias) es uno de los principales aliados para tratar de resumir en historias aquello que ofrecemos que merece la pena, de la misma forma que en apenas 20 segundos de anuncio televisivo son capaces los creativos de escudriñar nuestro fondo emocional, nuestras vivencias, nuestros recuerdos.

Así, cualquier cosa relativa a la historia de nuestra marca, el paraje natural en el que se asientan nuestras viñas, los personajes históricos, las órdenes militares o las reminiscencias primigenias del cultivo de la vid en un territorio concreto son bastiones y bastones a los que agarrarnos para articular una comunicación temática integral.

Lo único que se nos pide es coherencia, porque, por ejemplo, no podemos centrar nuestro discurso en el respeto al medioambiente, la fauna y la flora silvestre o la ornitología y luego colgar en nuestro Facebook las fotos de los despojos de las piezas cobradas, porque no sería lógico. Pero sí que está claro que se puede articular una comunicación en torno a una zona volcánica, que incluso nos ayudará a la hora de que podamos asumir peculiaridades de determinados vinos.

Por lo anterior, si tenemos a alguien que ha sido capaz de crear el armazón comunicativo escribiendo la página web y el conjunto de herramientas, tendremos mucho ganado, máxime cuando, comercialmente, determinados mercados como el japonés están ávidos de que alguien les cuente la historia de algún monje que perpetuó un determinado vino en un territorio; en el convencimiento que tienen en esta cultura de que fue un religioso el que introdujo el néctar de Baco en el país del Sol Naciente desde la Península Ibérica (se piensa que desde Portugal).

Articular la historia de nuestra bodega, recuperando los nombres de parajes ancestrales que pueden dar nombre a nuestros diferentes vidueños, o desarrollar etimológicamente el significado de nuestras marcas pueden ser de gran ayuda para respaldar nuestro apego al terreno o el lugar que jugaron en la historia los antepasados que ya plantaban viña.

Cerca de donde vivo, en Valdepeñas, contamos con un yacimiento ibérico puro, que no fue romanizado, y que fue poblado entre los siglos VII y IV a. d. C, habiéndose encontrado restos de pepitas de uva, lo que certifica la pervivencia de la vitis vinífera desde hace 3.000 años como país de la cuenca mediterránea que somos.

Pero, sin duda, este hecho concreto, ayuda a entender cómo una zona determinada del centro peninsular, junto al río Jabalón, ya veneraba el néctar báquico, algo que se respalda aún más con los vasos cerámicos o las cráteras en las que se practicaban las libaciones, mezclando una parte de vino con agua, porque en la antigüedad los únicos que no bautizaban el vino eran los bárbaros. Y benditos bárbaros.

Una historia como otra cualquiera, que no tiene por qué ser cierta del todo –sino tener tintes de verosimilitud- pueden ayudar a contar pequeñas historias del vino y a propagar el amor que sentimos por él.

José Luis Martínez Díaz Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV. Artículos Relacionados