Moda o desastre

El vino está de moda entre los treintañeros en nuestro país, gracias a la aparición, cada vez mayor, de vinos jóvenes, sin demasiada madera; al espacio que dedican los medios de comunicación y al enoturismo, entre otros aspectos, tal y como reseña en su blog Jonathan Bañó.
Y claro, lo anterior, choca con el hecho de que los españoles estemos en mínimos históricos en consumo de vino, por debajo de los 16 litros por habitante y año, contando con todo lo que liban los cerca de otros 50 millones de turistas que nos visitan, que no es moco de pavo.
Pues bien, yo no creo que los medios de comunicación estén prestando más atención que la que empezaron a darle a finales de los 90 en dominicales y prensa especializada. Por el contrario, las cabeceras especializadas en vino han tenido una merma espectacular, desapareciendo algunas que fueron referentes como “Sibaritas”, de Grupo Peñín, o “La Etiqueta”, por citar a algunas. Y sí, algunas bodegas están empezando a comunicar mejor y los grandes grupos desde hace un par de lustros han empezado a creer en la figura del responsable de comunicación y/o relaciones públicas, organizando eventos con los que recabar el interés de los medios, la mayoría de las veces como contraprestación en “ganancia en comunicación”.
Ojalá y el mensaje de Bañó sirva, por lo positivo, para que empecemos a creer que no sólo basta con ser el mayor productor, que el ejemplo es Francia, cuyo precio medio es cinco veces mayor, porque su vino más económico, como paradoja, se lo vendemos nosotros mismos. Falta dar con la tecla, sin contemplaciones y sin mirar tanto al retrovisor como se hace en las campañas genéricas institucionales que no están dejando el poso de recuerdo que sería deseable.
Ya es hora, como he dicho muchas veces en esta tribuna, de que nuestros famosos se mojen y no sólo con sus descalabros con proyectos empresariales vinateros de escaso prestigio, sino que empiecen a decir que sí a ser nuestra imagen en el exterior. Aquí hay que aplaudir a Rafael Nadal, por haber cogido este testigo, pero me gustaría que luciera con la misma convicción un jamón nacional que una botella de vino.
Porque habrá que quedarse con lo positivo de un mensaje optimista, a pesar de que entiendo que no tiene como base a ningún estudio científico por detrás, y con las ganas para revertir una situación, sin escudarnos continuamente en que los que acceden a la edad legal no tienen predilección por el vino y no dan el relevo natural a los bebedores de vino que, por ley de vida, dejan de ser consumidores.
Aquí es donde, sobre todo, los hosteleros tendrían que ayudarnos abogando por buenos “vinos de la casa”, que son por los que dan la cara, fomentando la rotación de las botellas con un margen razonable, pero sin ser un atraco y demostrando un poco más de gana cuando alguien se interese por un vino más allá de decirnos: “¿Qué quiere un Riojita o un Riberita”.
Y también tendríamos que quitarnos muchos prejuicios aquellos que hablamos, escribimos o tratamos continuamente con el vino para tratar de hacer más accesible este atractivo mundo, sin darle el portazo en las narices a aquellos que simplemente se asoman por “olisquear” un poco. Parafernalia, la justa. Eso sí, disfrute, todo el que se pueda, potenciando todo el halo sugerente que envuelve a esta bebida milenaria que se disfruta con nuestros semejantes y que da forma a toda una Cultura.
Ya sólo falta que el vino nos lo pongan como algo cultural, con el tipo de IVA reducido, porque para mí es más nuestro que los toros y, además, nadie me puede negar que es un alimento base de la dieta mediterránea, en línea con otras viandas situadas en la cúspide de la pirámide alimenticia.
Y eso mientras brindamos porque sea una moda que se quede para siempre y renegamos para siempre de unos datos, los de consumo, a los que tendríamos que dar la vuelta como a un calcetín.
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José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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Foto: Twitter oficial Rafa Nadal
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