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El vandalismo francés contra el vino español debe cejar ya

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Hemos asistido perplejos recientemente a los actos vandálicos llevados a cabo por una caterva de energúmenos, autodenominados viticultores franceses, contra un camión español cargado de vino a granel de La Mancha y otro de botellas de cava. Todo ello ante la mirada complaciente de los efectivos de la gendarmería francesa.

La misma policía, que arremetía con dureza contra los ciudadanos que se manifestaban contrarios a la reforma de las pensiones, se mostraba pasiva contra la jauría lanzada contra unos camioneros que pretendían ganar su salario y contra unas mercancías que tienen todo el derecho a circular libremente por toda la geografía comunitaria.

Durante buena parte de los años 90 tuvimos que soportar, con la misma apatía actual de la policía gala y la protesta con la boca chica de nuestros políticos, que estos salvajes, entre los que se distinguía un tal José Bové (la fe del converso), que un grupo de agricultores volcara e incendiara camiones cargados de frutas y hortalizas.

Fue entonces cuando apareció el grito de “No al tres, que es francés”, en referencia al número que porta cada producto con su trazabilidad y cuyo primer dígito era el tres cuando era de origen gabacho. Aquel movimiento supuso una caída de ventas de productos franceses y algún que otro boicot a grandes superficies de capital francés, que para nada eran culpables de lo que sucedía.

Es más, los productos franceses deben ser respetados y consumidos. Las llamadas al boicot tienen el efecto contrario al que pretenden y es una vuelta más de tuerca en contra de la libertad de mercado. Pero parece que volvemos a las andadas. La respuesta del Gobierno español no ha sido lo suficientemente clara y rotunda para parar este desaguisado. Si estamos en la Unión Europea es para respetar sus reglas y no para entrar en una espiral de violencia y boicot por ambos lados de los Pirineos, en la que todos tenemos mucho que perder.

España es un gran comprador de champagne, de quesos franceses y la gran distribución es, en gran parte, de capital francés. Este hecho, el de la libre competencia, nos favorece al conjunto de los dos países y especialmente a los consumidores.

Atentar contra la libre circulación de mercancías solo puede traer perjuicios, pero hechos como el aquí denunciado no deben volver a repetirse y urge que actúen diligentemente los Gobiernos de ambos países y las autoridades comunitarias para defender los intereses de nuestros vitivinicultores.

Los actos vandálicos contra el vino español pueden ser fruto de la frustración de los viticultores y bodegueros franceses, pero eso no les da patente de corso para ir en contra de la libertad de comercio cuando el vino del vecino es más competitivo que el tuyo. Por cierto, la reacción de la Interprofesional del Vino, Federación Española del Vino (FEV), organizaciones agrarias y cooperativas ha sido ejemplar.

Pero la UE debe parar esta locura porque está en juego su propia esencia. Y los Gobiernos de España y Francia deben ayudar sin ambages a buscar una solución antes de que sea tarde.

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