De vinos, bodegas y vida
Hay una vida más barata, pero eso no es vida, palabras que decía mi abuela y que hoy más que nunca resuenan en mi cabeza. Llegar a la sumillería como profesión en mi caso fue completamente fortuito, pero hay gente que lleva la hostelería en la sangre o su relación con los vinos y las bodegas les viene de familia.
Yo acabé en esto tras dos intentos fallidos de ser “artista”, decidí intentar la cocina como formación para una posible opción laboral si no me salía bien mi plan A, después de unas solicitudes en diversas escuelas de hostelería públicas de Madrid y de intentos fallidos di con una escuela privada la cual ofrecía formación mixta, es decir, para ellos formar un profesional completo requería conocer a la perfección la sala y la cocina, luego ya cada uno decidía su camino, pero hasta llegar a ese punto nosotros aprendíamos de todo.
Este fue el momento en el que yo lo vi claro, lo mío no era vivir llena de quemaduras y cortes bajo las luces de unos fluorescentes sino bajo los focos del escenario que es la sala.
Tras terminar mi formación, y mis prácticas no remuneradas (tema peliagudo que un día me gustaría abordar), me lancé al mercado laboral de una hostelería que requería formación y lejos estaba de esos trabajos de verano en el bar de debajo de casa. Durante los primeros años seguí formándome en las diferentes áreas que puede abarcar el trabajo de camarero: coctelería, barista, protocolo y, mientras trabajaba, empezaba a picarme el gusanillo del vino.
El sumiller, esa figura con un halo y un carisma especial, al que el cliente presta atención de manera distinta, le pide consejo y confía en su criterio.
En ese momento, yo me fijaba en esas personas cuya función primordial era la de vender y recomendar vino, sin ser consciente del mucho esfuerzo, trabajo y estudio que requería estar ahí, pero a mí me gustaba pensar que un día sería yo aquella a la que le trajeran vinos solo por el hecho de probarlos, o ser la persona a la que pidieran consejo, o algo mejor aún, ser aquella a la que llevaran de bodegas y viajes a aprender y disfrutar.
Hoy soy ESA, y gracias a esta preciosa profesión llena de liturgia, sacrificio y conocimiento tengo la enorme suerte de probar vinos que con un sueldo medio no podría ni pensar, vivo experiencias a las que no tendría ni el más remoto acceso, pero sobre todo la enorme riqueza de vivir en un mundo que me pone en contacto con una cantidad infinita de grandísimas personas como son otros sumilleres, productores, vendedores y demás y todo ello gracias al Vino.
Gracias a todos los que de este mundo hacéis de él un paraíso y a mí, sentirme rica de un tipo de riqueza que no te da el dinero.
Sumiller
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