Vinos radicales o cómo llamar la atención entre tanto marqués
Esta semana tuvo lugar en Madrid el Salón de Vinos Radicales. Un punto de encuentro para aquellos vino que por su nombre, etiqueta, filosofía o elaboración intentan desviarse de los clichés éticos y estéticos del vino.
El Sindicato del Gusto fue el encargado de organizar tal evento. Un grupo integrado por personalidades como José Peñín o Joaquín Gallego, que se autodenomina como “contubernio de gastrósofos que sobreviven trabajando en el periodismo vinícola y gastronómico, la fotografía, el diseño, la arquitectura y la edición”. El lugar escogido fue LASEDE del Colegio Oficial de Arquitectos de Madrid, el espacio recién reformado que hasta los años 90 acogiera las Escuelas Pías de San Antón, en el centro de la ciudad. Un edificio cuya fachada histórica contrasta con las líneas contemporáneas de su interior.
Tal vez, como el contraste generado entre muchos de los vinos comerciales que podemos encontrar en el mercado y las propuestas de las casi treinta bodegas presentes en este salón radical.
Muchas son las referencias que apuestan por desmarcarse en el mercado con variedades autóctonas, en ocasiones, de pequeñas producciones, con la intención de mantener las uvas, como es el caso del Merseguera de la bodega valenciana Vegamar, entre otros.
Aunque la innovación en las etiquetas o en los nombres, también son factores comunes a muchas de las bodegas que ahora intentan destacar. Quizá la ruptura más clara, en términos estéticos, fuera la camisa de fuerza que retiene a la botella de Loco 2013, el Garnacha Blanca de Bodegas Canopy.
Otras puestas en escena como la de Casa Maguila, con sus vinos a ritmo de bolero, han conseguido diferenciarse y además triunfar con sus perfeccionados vinos de Toro. Tanto, que su nueva creación, Quizás, está casi agotada.
Pero si hablamos de nombres originales, los de El Escocés Volante. Garnachas de Calatayud con “nombres cachondos”, según su creador, Norrel Robertson MW, porque “el mundo está lleno de marqueses y condes”. Así, encontramos referencias como La Multa, nombre inspirado en su propia experiencia con la Guardia Civil, o Es lo que hay, que pretende mostrar la máxima expresión de las viñas ancestrales de las que se obtiene.
Por su parte, Alta Alella Privat, en su gama de vinos naturales, engloba toda su filosofía y su entorno. Situados en el Parque Natural de Serralada, desde unos viñedos que avistan el mar Mediterráneo y la ciudad de Barcelona, utilizan los nombres catalanes de los pájaros existentes en la zona como protagonistas de las etiquetas de sus vinos: un alcaudón común, con una característica cabeza de color castaño rojizo, para su cava rosado Capsigrany, de Pansá rosada (Xarel·lo); un mirlo para su Merla, un Mataró (Monastrel) con seis meses de barrica y sin ningún tipo de tratamiento, tan sorprendente para los sentidos como escasa su producción; o una abubilla para su vino dulce Puput.
Las centenarias tinajas donde vinifican tres de los vinos de Celler de Roure, elaborados con especies autóctonas, son el conjunto que marca la diferencia de esta bodega valenciana. En antiguas bodegas subterráneas elaboran interesantes propuestas con uvas como la Verdil o el cultivar ‘Mandó’.
Sugerentes opciones que, bien sea por la filosofía, la innovación aplicada, lo llamativo de sus nombres o la frescura de sus planteamientos, invitan a ser probadas. Un salón que ha conseguido reunir a bodegas que comienza a acercarse al consumidor, dejando de lado soporíferos títulos nobiliarios.
Susana Molina
Periodista
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Fotos: Susana Molina
Periodista especializada en el sector del vino.
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