Sensaciones

Al igual que una canción nos marca una excursión, un recuerdo, una vivencia, una marca de vino nos puede emocionar y apuntalar algunos de nuestros mejores recuerdos.
El vino es un alimento social, que se disfruta en compañía y que está presente en algunos de los momentos más importantes de la vida de una persona: desde la consagración del vino en una ceremonia religiosa, la primera cita seria con nuestra pareja o en cualquier convención social.
Pues bien, me gustaría haceros reflexionar y que pensarais en aquel vino que os marcó en vuestros primeros asedios a la Cultura del Vino y que os llegó a emocionar. Como cuando éramos pequeños y salíamos a saltitos de las sesiones de cine en sesión continua y de donde salíamos enamorados del actor o de la actriz de turno.
El vino es algo tan especial que varía enormemente con la compañía y el ambiente que tenemos alrededor. Es como cuando en mi infancia, cuando un refresco de 2 litros tenía que dosificarse para varios hermanos durante todo un fin de semana; no nos sabía igual un refresco en un bar o en nuestra casa. Un ambiente de amigos nos hará dignificar aún más las características de un buen vino y, al tiempo que vamos desinhibiéndonos, nos ayuda a sentir mucho más la calidez de una buena copa de vino, siempre que estemos dispuestos a paladearlo convenientemente, algo para lo que nos ayuda el hecho de que no sea una bebida de trago largo, como puede serlo un espirituoso con refresco.
Recuerdo hace muchos años cómo me sorprendió un Enrique Mendoza Syrah, un Arrayán o el primer vino ecológico de Dionisos, Vinum Vitae y en muchos de estos vinos traigo de la mano su compañía, la situación y me ayuda a poder contar anécdotas del abuelo Cebolleta. Es más, todo este registro te ayuda a pensar a la hora de elegir un vino, dependiendo de las personas con las que vayamos a compartirlo. Pero, por favor, no caigamos en la excentricidad ni exageremos el ritual, porque, en ese caso, el encargado del vino podrá volverse loco por qué le dirán una vez que esté abierto y renegará de no haber cogido un pack de cervezas.
En ocasiones, son las mismas añadas de un vino las que pueden predisponernos. En el Máster que cursé hace años catamos un Viña Tondonia blanco del año 71 que era puro café con leche y no pude reprimirme a beberme entera la copa que me sirvieron, en lugar de escupir. Esa sensación de querer seguir bebiendo y de gustarnos mucho lo que estamos tomando la tuve también hace años con un Cánfora y con una lista interminable de vinos que, a veces, he tenido que disfrutar casi yo solo, porque esa emoción puede que no sea compartida.
Quién no ha estado en una reunión social en la que ha llevado un “vinazo” -la expresión creo que no es la más adecuada, porque las vinazas son los restos del mosto que se utilizan para destilación- y ha llegado el típico listillo que ha pedido una gaseosa. Ante estas situaciones suelo decir que de esa forma estará mejor la mezcla y que en parte estamos evangelizando y de lo que se trata es de que se beba vino, sólo porque somos el principal país productor del mundo y porque forma parte de nuestra cultura y de nuestra forma de ser ancestral.
Quiero, por último, que hagáis el esfuerzo de recordar algún vino que os haya emocionado, porque nuestra memoria es selectiva, pero se fragua en imágenes difusas, sonidos y olores, principalmente. De ahí que recordemos el olor a las bolas de alcanfor de los armarios antiguos y otros muchos olores que nos ayudan a reconocer matices positivos y negativos en una cata en profundidad.
Y tened muy claro que las aficiones, como todo en la vida, pueden llegar a cansarnos o que nos hagan preguntarnos retóricamente, sobre todo cuando hemos conseguido algo, ¿realmente me gusta tanto esto? Sólo puedo deciros que cuando una afición o un trabajo deja de emocionarnos es mejor que lo dejemos aparcado, pero yo no me resisto a seguir emocionándome con un buen vino y con todo lo que genera alrededor de con quien lo disfruto.
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José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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