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¿Qué poner en una etiqueta de vino?

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Junto al color de un vino, el texto de su contraetiqueta debería ser lo que más información nos diera sobre el mismo, antes incluso de someterlo al juicio de la pituitaria y al de nuestro paladar.

Junto al color de un vino, el texto de su contraetiqueta debería ser lo que más información nos diera sobre el mismo, antes incluso de someterlo al juicio de la pituitaria y al de nuestro paladar, pero pocas veces caemos en la cuenta sobre quién escribe el contenido de una etiqueta y/o contraetiqueta de un vino y, sobre todo, si el mensaje que trasmitimos a nuestros consumidores es coherente y consecuente con el líquido que los bodegueros meten en su interior.

Se trata de un diminuto texto redactado, flanqueado por algunas frases genéricas que, en ocasiones, ayudan en la unidad de la marca, y en los que, desgraciadamente, no impera la creatividad. Cuando son etiquetas que se traducen a varios idiomas, nos encontramos con el añadido de que son totalmente ilegibles. Y es que, al margen del texto comercial en sí, hay que dejar el hueco para el logotipo de prohibido el consumo en mujeres embarazadas, el preceptivo mensaje de que contiene sulfitos y, dentro de nada, habrá que hacer lo mismo respecto a los alérgenos y a su contenido calórico, entre otras informaciones que se van incorporando por ley.

A la hora de redactar el texto de una etiqueta, el pecado más común es poner frases obvias que, de tanto repetirse, han perdido todo efecto y significado. “Procedente de uvas de viñedos seleccionados”, “elaborados de forma tradicional, utilizando las más modernas tecnologías” o “de esmerada y cuidada elaboración” son algunas de las frases que podemos leer en algunas contraetiquetas que, casi siempre, entran en plena confrontación dialéctica, porque hasta la fecha no se puede ser, al mismo tiempo, tradicional y utilizar las más modernas tecnologías…

Precisamente, la culpa de este poso de mal gusto en las etiquetas viene de la moda de los años ochenta y principios de los noventa del pasado siglo, tiempo en el que empezaron a modernizarse muchas de las principales bodegas elaboradoras actuales, que, por razones obvias, también fueron las primeras en quedarse obsoletas, si no supieron adaptarse a las nuevas situaciones comerciales y de elaboración. A las etiquetas de muchas bodegas simplemente se les ha lavado algo la cara, con sucesivas modernizaciones de logotipos y leyendas, pero el texto apenas se ha cambiado, a pesar de que incluso con el paso del tiempo se hayan cambiado variedades de uva, formas de elaboración, etc.

Es más, en el mundo del vino se han quemado hasta la saciedad términos como “vinos de autor” –todos los vinos tienen uno- o de “alta expresión”, giro que está teniendo algo más de aceptación. Ni qué decir tiene la complejidad e inverosimilitud que transmitimos cuando presentamos vinos elaborados con uvas procedentes de viñedos de “pie franco”, algo harto complicado porque estaríamos hablando de viñedos que han sobrevivido a la plaga de filoxera que fue arrasando la Europa vitícola de norte a sur desde el último tercio del siglo XIX y hasta los primeros años del XX.

Por tanto, tenemos que plantearnos si estamos siendo honestos y honrados frente a nuestros consumidores o si les presentamos sólo un texto muy “marketiniano” con alusiones hedonistas. En ocasiones, quien escribe una etiqueta se deja llevar por el entusiasmo del enólogo, imbuido en una cultura del vino que les ha ido desembocando en términos demasiado lejanos para los consumidores, aunque, como todo, dependerá del tipo de vino para el que estemos escribiendo.

Precisamente, las frases vacías a las que aludíamos antes son las que se suelen utilizar para los vinos de menor valor, dejando entrever que en ese caso lo único a lo que tiene que aspirar el enólogo es a que el vino sea correcto, en unas disquisiciones de las que el consumidor seguramente no querrá formar parte.

Antes de poner en una etiqueta que un vino tiene “dejos a sotobosque”, habría que pensar en si la mayoría de los mortales reconocen a qué huele el sotobosque, cuando es posible que no haya oído esta palabra en su vida. Sin embargo, las frutas o los aromas concretos -a “bollería” o “ebanistería”, por ejemplo- se reconocen fácilmente y nos ayudan a recordar, dado que, al igual que tenemos memoria visual, también tenemos memoria olfativa. Quién no recuerda el olor a naftalina de los armarios de nuestros abuelos…

EL BUEN CAMINO

Más allá de saber si estamos en el buen camino, hay que plantearse un modelo más o menos definido que nos ayude en las familias de vinos de una bodega. En mi opinión, lo ideal sería contar con alguien especializado –ya sea periodista o profesional del Marketing- que conociera, catara o fuera partícipe de las sensaciones que le transmite el enólogo que ha hecho el vino y que hiciera un breve resumen cronológico referido a las tres fases principales de la cata. “A la vista es…, con aromas a… y… en el paso de boca. Por último, podríamos hacer una breve referencia a su “armonización” o “maridaje” y unos breves consejos sobre temperatura de servicio o su guarda.

Para lo anterior, nos ayuda saber de vinos y conocer las peculiaridades y especificad de cada variedad –aspecto vital en numerosos países, más incluso que la procedencia del vino- o los aportes generales en aromas que resultan de una elaboración muy concreta como es la maceración carbónica o tras su paso por barrica de roble americano o francés.

Los modelos pueden ser múltiples o combinados, como aquellos en los que tenemos el icono de una copa para escribir a continuación sobre el color; un icono de barriles de vino para hablar sobre su crianza o elaboración o cualquier otro tipo similar.

No obstante, también podemos ceñirnos exclusivamente a relatar la historia de una marca o a hablar de las peculiaridades de una indicación de calidad en concreto, aunque debemos ser conscientes de que, en el momento de la decisión de compra, lo más importante es la imagen que tenga la botella, que sea una marca de tradición o conocida y, en una fase de duda posterior –a la que pocas veces se llega-, el propio texto de las etiquetas, si es que estamos en una gran superficie; dado que en un restaurante el propio texto de la contra nos puede ayudar incluso a quedar bien con nuestros comensales denotando que sabemos de vino.

Tras escribir cientos y cientos de textos de etiquetas, creo firmemente que hay que sintetizar al máximo para escudriñar de forma somera el contenido de un vino en sus fases visual, olfativa y gustativa, poniéndole corazón y alma, aunque sin pasarse, dado que lo mejor que se puede escribir de un vino es que “nos anima a seguir bebiendo”, ya sea por su calidad y calidez, por su equilibrio entre acidez y taninos, por su peso de fruta o por cualquier otro aspecto con el que nos sintamos identificados, dado que el vino es un producto vivo y afectivo.

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