Pasión por el vino

Lo que para algunos es ser un ‘wine lover’, para otros puede resultar ser un ‘friki’ del vino.
Todo depende de cómo se mire, sin entrar demasiado en algunos que se autoproclaman como amantes, comunicadores o prescriptores del vino, aun sin serlo; ya se dediquen profesionalmente al mundo del vino o sólo se acerquen como apasionados.
Claro que si eres de los que va oliendo prácticamente todo lo que pasa por tus narices o si te pones a darle vuelta a los hielos de la Coca-Cola Zero en sentido contrario a las agujas del reloj, entre otras cosas, puedes estar dejándote sucumbir en demasía por los atractivos sayos de Dionisos o de Baco.
Y tampoco podemos pretender que los potenciales consumidores de vino nos sigan y que solamente disfruten de una copa, sin tener que mirarle el color o recordar los aromas primarios, secundarios y terciarios. Porque hasta los que llevan muchos años en esto se plantean muchas veces si realmente es una ocupación o un “hobby” en el que nos mueve por completo la pasión. Y entiendo a aquellos que catan miles y miles de vinos a lo largo del año, aunque, precisamente por eso, puedan tener más perspectiva y sorprenderse cuando realmente ponen a prueba vinos excepcionales, auténticos y singulares.
Para mí, el vino es algo tan especial que a todos suelo verles algo. Es como en los rostros de las personas, en los que siempre encuentras algún atractivo, ya sea por los ojos, por los labios, la expresión, una mueca, una sonrisa, etc., aunque no es políticamente correcto escudriñar todos las caras con las que nos cruzamos.
Pero, es más, al igual que una determinada canción puede rememorarnos una vivencia; un vino totémico puede recrearnos de nuevo ese momento, alimentando la calidad de la botella con una buena compañía. Porque, el vino puede provocar entornos únicos, dado que en la cata influye mucho nuestro estado de ánimo y aquellos que nos acompañan.
Como me comentó el otro día mi amigo Ernesto Gallud “el vino es de las pocas cosas en las que puedes ser infiel sin que nadie se moleste”. Puedes ir de un vino a otro sin tener que dar explicaciones, ya sea por tipo de vino, por procedencia o por su edad. Y aquí, por muy promiscuo que seas, no hay espacio para los remordimientos, como si le pusieras los cuernos a tu pareja, para experimentar con gran parte de las más de 20.000 marcas de vino que hay en nuestro país.
Más que anécdotas y vivencias, la pasión es lo que debería movernos en nuestros trabajos y en nuestras aficiones. Más que nada porque buscamos afinidades y coincidencias. Pero, sobre todo es una cuestión de actitud. Y esto no lo dan ni las carreras universitarias, ni los másteres, ni los certificados de inglés ni las más prestigiosas Escuelas de Negocio. Es cuestión de disfrutar con lo que uno hace, y si es uniéndolo laboralmente aún mejor, porque el día que no nos emocione algo es mejor dejarlo.
Tenemos la suerte de que el vino, al igual que un periódico, es un producto afectivo, que rescatamos de las alineaciones militares de los lineales o de las cavas de los restaurantes para acunarlo, mirando su etiqueta y sintiéndolo desde el minuto uno, apreciando su continente y regocijándonos en el contenido. Porque, a pesar de que en su día me pareció demasiado fuerte: “el vino, cuando no es cultura, es alcoholismo”.
El vino es sobre todo cultura y, por ejemplo, no he sabido encontrar un apellido mejor para mi blog personal que “Pasión por la Cultura del Vino”, que, no por mucho repetirlo, tiene que dejar de tener vigencia.
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José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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