Las “no verdades” del vino
En torno al vino surgen infinitud de mitos, verdades a medias y falsedades, algunas demasiado veladas y sutiles y otras totalmente manipuladoras que hacen que no podamos discernir sobre la realidad que tratan de transmitirnos.
Porque quién no ha oído eso de que se le echaban jamones a recipientes de vino, “leyendas” sobre gatos que caían en el interior de las tinajas o los litros de sangre de vaca derramados para lograr más color que dicen que se utilizaban antaño.
Pero no, no me voy a centrar en cuestiones como ésta, sino en la cantidad de vinos que se presentan a concursos y que luego no hay posibilidad de encontrarlos ni en restaurantes, ni en supermercados ni en la propia bodega o cómo vinos no apegados al terruño logran sobreponerse a la “tipicidad” por la que deberían velar las denominaciones de origen y alcanzan galardones impensables. Una persona que habitualmente participa en “catas a ciegas” para instituciones me comentaba el otro día que es imposible que una variedad en concreto diera las características organolépticas que estaba dando, a no ser que se hubiera comprado el vino en otra zona de producción. Y la clave entonces está, por tanto, en comprar bien.
Algunos viticultores se preguntaban semanas atrás en prensa cómo era posible que una conocida marca de vino fuera ya monovarietal de un vidueño del que no hay producción como para embotellar esa sola referencia. De todas formas, tampoco se entiende que un representante del sector productor defendiera el sistema de calificación de los vinos, asegurando que las muestras se recogen personalmente en las bodegas, algo que, según me dicen, no sucede desde hace dos años por la merma de personal en la Denominación de Origen.
Tampoco quiero entrar en los transportes de vino de unas zonas a otras, porque los “puristas” podrían llevarse las manos a la cabeza en una campaña que ha sido excepcional en cuanto a calidad y en la que una sola bodega ha recogido este año 250 millones de kilos de uva, lo que seguramente hará disminuir el número de barcos que se fletan desde el Cono Sur con vino a granel en un “Dorado” de nuestro tiempo que nos hace retroceder a la época colonial.
Otras prácticas enológicas, fundamentalmente a través de chips, hacen que tomemos vinos jóvenes con notas “achocolatadas”, a pesar de que en la etiqueta veamos el apelativo de joven, lo que hace confundir incluso a alguno de los catadores más avezados que en catas comentadas han hablado sobre la virtud de su crianza. En otra ocasión, en un acto al que asistí, un vino delicioso logró el premio al mejor gran reserva, pese a que en la copa era prácticamente azul. Hablando con su creador, me comentó que había salido demasiado bueno como para comercializarlo como tipo “roble”, algo por lo que habían decidido colocarle la etiqueta de “gran reserva”.
Pero lo malo no es esto, que no está bien, sino que la institución que lo juzgara no lo desestimara por ir en contra de lo que ha de ser un vino de esa calificación. No obstante, habría que aportar frescura con nuevas caras en muchas catas y concursos, porque, al final, siempre son los mismos y pueden verse influenciados, por muy profesionales que sean, por sus gustos o intereses personales.
Por lo tanto, hay que poner en cuestión muchas cosas en el mundo del vino, porque, históricamente, siempre ha habido mucho pillo y porque incluso grandes fortunas se han ido forjando desde muy abajo rompiendo y remendando pellejos de vino para sacar parte del producto o vaciando las cubas antes de servirlas.
Y, sobre todo, procurar “que no te la den con queso”.
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