La vie en “rosé”

La semana pasada, en uno de mis momentos de relax, mientras escuchaba uno de mis viejos vinilos, disfruté de la voz desgarradora y pasional de Édith Piaf con su tema más conocido La vie en rose. Entonces, mi conciencia y mis emociones me incitaron a hablaros sobre los vinos rosados.

Me atrevo a decir que el rosado es la malquerida, el Morata de los vinos, posiblemente sea el producto mas injustamente vituperado y denostado. Curiosamente, sus máximos detractores suelen ser los que se creen entendidos y cuñados listillos varios. Entre los tópicos más comunes: “es un vino inferior”, “no es ni blanco ni tinto”, “para no entendidos”, “facilón”, “no se bebe”, o incluso comentarios soeces con tintes machistas, como “es un vino para mujeres”, “femenino”, o ya mas groseramente “un vino para afeminados”. Hoy voy a hacer lo posible por desmontar todos estos tópicos y contaros, razonadamente, por qué me he pasado al lado rosa de la vida.

«A muchos de sus detractores les sorprendería saber que en Francia el 40% de los vinos que se beben son rosados»

En primer lugar, no es cierto que el rosado sea un vino que no se bebe. A muchos de sus detractores les sorprendería saber que en Francia, la madre de la cultura del vino, el 40% de los vinos que se beben son rosados; en países de consumo emergente como EE. UU., Canadá, Reino Unido o Escandinavia, el consumo de vinos rosados crece exponencialmente. Y parte de culpa la tienen los franceses, que lo han puesto de moda, como vino glamuroso, con sus famosos rosés de la Provenza, le vin de vacances.

Otro tópico basado en el desconocimiento, es decir que un rosado es una mezcla de blanco y tinto. Esto, sencillamente, no está permitido a nivel legal, y además es una mala idea a nivel enológico, porque el resultado suele ser malo. Un vino rosado se obtiene a partir de uvas tintas, aunque algunas veces lleve un pequeño porcentaje de uvas blancas, y, generalmente, se obtiene a partir del mosto yema o flor, la esencia que se mima y se fermenta a baja temperatura, preservando su frescura y  riqueza aromática, transmitiendo toda la identidad de la uva directamente al consumidor.

«A nivel de viñedo, las uvas para rosados tienen que tener una madurez aromática perfecta»

Otro mantra incierto muy utilizado es que para los rosados se usan las peores uvas y las inmaduras. A nivel de viñedo, las uvas para rosados tienen que tener una madurez aromática perfecta, y unos parámetros físico-químicos adecuados. Es preciso catar las uvas y decidir el momento adecuado de la vendimia.

Una de las características más determinantes y que más me gustan de los rosados es su diversidad y su riqueza cromática. Al igual que los blancos son prácticamente transparentes con alguna tonalidad o los tintos tienen mucha opacidad, los rosados a nivel visual y cuando los atraviesa la luz son un espectáculo para la vista. Existe una gama de tonalidades impresionante. Los franceses tienen sus propios pantones de colores para describirlos en catas, tanto en intensidad, como en tonalidad: rosa fresa, rosa salmón, rosa melocotón, rosa coral, rosa palo, rosa cereza, etc. El espectáculo visual, al poner el vino en una copa amplia y ver la luz a través del vino, descubriéndonos su bonito color, es maravilloso. Ya sabéis que la vista es muy importante y vivimos de imágenes, mandamos imágenes y nos encanta el postureo.

Otra gran ventaja de los rosados, sobre todo en el periodo estival que comenzamos, es que es un vino fresco y que armoniza con las comidas más típicas mediterráneas: con pescados, verduras, gazpacho, arroces o incluso carnes blancas. Te puede servir para todo el recorrido de una comida y es el vino perfecto para las vacaciones, además, hay rosados para todos los gustos, desde los mas pálidos tipo provenzal, hasta los clásicos tempranillos de Cigales, o garnachas de Navarra o Méntrida. Y los que más me gustan, los rosados de Bobal, para mí la cepa perfecta para elaborar rosados. Yo creo que existe un rosado para cada gusto, para cada personalidad y para cada momento.

» (el vino rosado) Te puede servir para todo el recorrido de una comida y es el vino perfecto para las vacaciones»

A pesar de todos estos argumentos, todavía seguirán existiendo esos estirados, ignominiosos puristas, que siguen renegando y menospreciando los rosados. A alguno de estos me lo imagino, sudoroso, devorando un bistec sanguinolento, de dos centímetros de ancho acompañado con un tinto de tanino imposible, justificando intelectualmente su astringencia por la falta de tiempo en botella.

Mientras tanto, un servidor, menos sibarita y más terrenal, llenando mi copa de un bonito rosado frío, cierro los ojos y me teletransporto al Boulebard de la Croisette en Cannes, donde circulo lentamente con mi bonito descapotable azul, a la altura del Hotel Martínez y en el asiento del acompañante, mi chica, con un pañuelo en la cabeza, nudo al cuello y enormes y bonitas gafas de sol. Después doy el primer trago, vuelvo a cerrar los ojos y esta vez me encuentro en el muelle de Saint-Tropez, en la terraza del Café Sénéquier, otra vez con mi chica, con un perfecto vestido de noche y tomando un rosado acompañado de un afrodisíaco marisco, por supuesto, el Ferrari rojo aparcado enfrente. Y ya no os cuento lo que pasa después.

Como dice Édith Piaf en el estribillo de su canción:

Quand il me prende dans ses bras

Il me parle tout bas

Je vois la vie en rose.

Amigos, como os he dicho siempre, que no os encorseten ni intenten imponeros lo que os gusta. Sed glamurosos y románticos y, por favor, disfrutad de los vinos rosados.

Luis Jiménez

Enólogo