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Erradicar la palabra CALDO

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Para poca salud
Para poca salud

La Federación Española del Vino podría enarbolar una propuesta a la Real Academia de la Lengua Española para erradicar la segunda acepción de la palabra caldo, que hace referencia a todo “jugo vegetal, especialmente el vino, extraído de los frutos y destinado a la alimentación” y que tanto daño está haciendo a nuestro amado líquido.

Caldo viene del latín ‘caliente’ y con esta lacra hemos de convivir, máxime cuando se acerca inexorablemente el estío y cuando se tiene la percepción de que hay que beber la cerveza con vaho frío y el vino tinto caliente. Todo porque la mayoría de las fichas de cata están equivocadas cuando se habla de la conservación a temperatura ambiente, dado que antes se conservaban en cuevas o fresqueras a varios metros de profundidad.

Está claro que a todos los que escribimos asiduamente nos suena mal repetir un mismo término en un solo párrafo y, por ese motivo, se suele utilizar la palabra caldo como sinónimo de vino, en lugar de optar por otros giros como “la bebida báquica” u otros más poéticos aún como “el néctar de los Dioses” –como utiliza el poeta Joaquín Brotóns-. Incluso podemos hablar de marcas o referencias para no repetir la palabra vino, aunque sea preferible hacerlo antes que aludir de nuevo a la palabreja representativa del jugo resultante de un buen cocido, dado que esa es su primera acepción en el diccionario “líquido que resulta de cocer o aderezar algunos alimentos”.

En mi opinión, por lo anteriormente dicho, el único contexto vitivinícola legítimo en el que se podría utilizar la palabra caldo sería cuando son necesarios tratamientos para las enfermedades de la planta. De ahí la utilización del “caldo bordelés”, que es “una disolución de sulfato de cobre utilizada contra el mildiu de la vid”.

Porque incluso hay otro giro referido al “caldo corto”, que, siguiendo el silogismo de los que utilizan este palabro sería un vino que no deja recuerdo apenas y que es muy fútil, aunque nada más lejos de la realidad, porque se trata de un mejunje “compuesto de agua, vino blanco, alguna verdura y especias, que se emplea para cocer pescados”.

Así que, si queremos que nadie del sector del vino “nos ponga a caldo” –que es algo así como ponernos verdes con vehemencia-, desterremos este término y hagámoslo saber bien alto. Es un término pegadizo como las canciones de moda y que se propaga como una grave enfermedad, aunque lo realmente grave es que instituciones y periodistas corporativos de denominaciones de origen y bodegas lo sigan utilizando, tal y como he podido leer en los últimos días, aunque decline poner el foco en el infractor concreto.

Afortunadamente, hay muchísimos profesionales en medios de comunicación y en redes sociales que atacan con dureza la utilización en el mundo del vino de la palabra caldo, porque es un término con demasiadas connotaciones negativas y que todos identificamos con marcas como Gallina Blanca o Aneto, en lugar de con vinos míticos.

Lo del caldo es algo así como la utilización del término de “vino de autor” o de “alta expresión”, que tan sólo han sido artimañas comerciales para clavarnos más de 30 euros a los españolitos cuando la situación económica era más boyante, dado que, como es lógico, todo vino tiene su autor y lo de “alta expresión” es algo que hay que chequear con los sentidos, porque no es una patente de corso que esta mención en una etiqueta sea sinónimo de calidad.

Los términos, como las expresiones, hay que actualizarlos, porque ahora muchos dejan de utilizar el término maridaje para emplear el de armonización e incluso esta última expresión podría quedarse obsoleta con los años. Cuidad vuestro lenguaje y sed coherentes si queréis expandir la maravillosa Cultura del Vino y cuidaos muy mucho de que os puedan poner a caldo.

 

 

 

José Luis Martínez Díaz  
José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.

 

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