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Enoturismo, moda con obligaciones

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El enoturismo es una fuente inagotable de placer y de posibilidades turísticas en nuestra piel de toro y su moda gana y gana adeptos año tras año desde finales de la década de los 90, aunque, en ocasiones, pensamos más en su potencialidad económica que en ofrecer un producto turístico de calidad.

El enoturismo surgió de la inquietud, allá por los primeros años del siglo XX, de conocer “in situ” lo que se hacía en las principales zonas vinícolas productoras mundiales (Burdeos, Oporto, Jerez…), en un fenómeno que se aceleró en California en la década de los 70 gracias al Marketing y a la irrupción de los centros temáticos, algo que, sin duda, ha dado sus frutos, dado que el Centro de Napa Valley atrae a un número de visitantes similar al de Disneyworld. Inicialmente, este tipo de turismo se asociaba a personas mayores, algo que tiene poco que ver en la actualidad. Por su parte, el “boom” de la Cultura del Vino tardó algo más en llegar a España, casi en los albores del nuevo milenio, una vez que el vino fue ocupando cada vez más espacio en semanales y en programas de entretenimiento. Incluso el cine, con la película americana “Entre Vinos” o la televisión con “Gran Reserva” han alimentado esta inquietud por el vino y todo lo que lo envuelve.

Hablar de Enoturismo es hacerlo de un tipo de turismo cultural, de calidad, predominantemente de interior, que se vertebra desde todos los aspectos que componen la Cultura del Vino, siendo éste producto su eje principal, ejemplificado en visitas a bodegas, museos, viñedos, tiendas de vino, la realización de catas y el aprecio de la gastronomía de la zona, aunque sin dejar de lado el conjunto de atractivos turísticos y naturales de cada territorio concreto”.

Diferentes tipos de turistas

Con lo anterior, tenemos que caer en la cuenta de que tenemos que tener adaptados nuestros recursos (bodegas, museos, establecimientos hoteleros, etc.) a las necesidades de los turistas, con servicios habilitados para ellos, zonas de aparcamiento o personal que pueda atenderlos en diferentes idiomas. Sólo así podremos diseñar circuitos de calidad, como el que se promueve en nuestro país desde 2002 con las Rutas del Vino de España, siguiendo la línea de los cerca de 80 circuitos establecidos en Italia, casi la mitad de ellas en la Toscana; los atractivos franceses en Burdeos, Borgoña y en la zona del Loira; o las Rutas del Douro en la vecina Portugal, por citar algunos ejemplos de los países tradicionales. Además, se dan actividades de todo tipo, como paseos en globo o en bicicleta sobre los viñedos y todo tipo de excéntricos juegos en torno al vino o estancia llenas de “glamour” en “chateaux”.

En Enoturismo no todo vale, a pesar de que en muchas zonas las instituciones alientan a las bodegas a mostrar su potencial, sin caer en la cuenta de las necesidades y expectativas que se crean en los visitantes y en las inversiones necesarias para afrontarlas.

Para una mejor atención a los turistas, en ocasiones, se tiende a hacer tipologías para establecer las necesidades que demandan unos y otros, en un ejercicio totalmente sano y extraordinariamente pragmático. De esta forma, a modo de ejemplo, podemos hablar de “turistas enólogos”, de “turistas interesados en el vino y en la región” y en “turistas en general”, estos últimos, sin duda, mayoritarios. De ahí la importancia de que en los establecimientos y en los puntos de información de cada zona ubiquemos rápidamente al turista para poder ofrecerles la mejor propuesta ecoturística posible.

En el denominado grupo de los “enólogos”, que podría suponer un diez por ciento del total, ubicaríamos a los amantes del vino, dado que eligen sus periodos de ocio por las zonas vinícolas que quieren visitar, primando, sobre todo, todo lo relacionado con la autenticidad del vino, en sus visitas a museos y a bodegas y en sus experiencias culinarias armonizadas con los vinos de cada zona. Les gusta descubrir parajes, “subzonas” de producción y se centran en examinar que haya zonas en las bodegas para catas de vino en condiciones óptimas, con sus buenas copas, mimando los vinos, su temperatura de servicio, etc. Aunque, como es lógico, valoran la hospitalidad de la zona y el resto de atractivos turísticos, quieren que sus vivencias estén relacionadas en gran parte con el vino.

Por su parte, los “interesados en el vino y en la región” pueden representar cerca de un 40 por ciento y eligen la zona donde harán turismo por la oferta turística en general, incluyendo el reclamo del vino como un aliciente más, pero sin ser totalmente determinante. En este caso valoran mucho más las infraestructuras, la señalización y la información. El vino es un aditamento más –aunque importante- en la gastronomía y en las costumbres populares de una zona concreta.

Por último, la mayoría de nuestros visitantes son “turistas en general”, viendo en el vino una actividad más que elegir en el destino. Se centran más en el territorio en su experiencia de viaje y le dan al vino una importancia menor en el global. Es más, puede que se sientan un poco inquietos si no rebajamos el listón en la oratoria de una visita o en los términos que se suelen utilizar en el mundo del vino, dado que la parafernalia -que tiene su importancia en los visitantes “enólogos”- puede coartar a los turistas en general. Esto es precisamente lo que diferencia a un buen guía turístico de uno malo: saben adecuarse a la audiencia y cambiar el registro lingüístico sobre la marcha.

Sin duda, hablamos de un mundo apasionante, donde los Museos del Vino han de ser un referente ineludible. En este sentido, hay que aplaudir el trabajo que se viene realizando desde 2002 desde la Asociación de Museos del Vino de España, dirigida en la actualidad por el Museo de la Cultura del Vino Dinastía Vivanco y de forma concreta por Eduardo Díez. Desde este ente se pretende canalizar una oferta temática de calidad y representan un aspecto clave en el Enoturismo español.

No obstante, hablamos de un fenómeno tan amplio que cada aspecto concreto podría ocupar lo que este artículo.

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