El comercio y el ‘bebercio’
Tomar vino con alimentos buscando cierto equilibrio es lo que llaman la mayoría “maridaje” y a lo que otros aluden como “armonización” o “armonía”.
Porque en esto tampoco nos ponemos tan de acuerdo como en desterrar, de una vez por todas, la palabra “caldo” como sinónimo de vino.
Al igual que sucede con otros términos, de mucho usarse se acaban quemando, como aquello de que eran “vinos de autor”, cuando todos lo tienen. Particularmente, prefiero que se hable de “armonización”, porque hasta hace no demasiado tiempo, por ejemplo, el “matrimonio” se circunscribía tan sólo al enlace de un hombre y una mujer y el lenguaje, al igual que otros aspectos en la vida, han tenido que adaptarse.
Si vamos al DLE, Diccionario de la lengua española, de maridaje -del verbo maridar-, que viene del francés mariage, en su primera acepción se habla de “enlace, unión y conformidad de los casados”; mientras que en su segunda se refiere a “unión, analogía o conformidad con que algunas cosas se enlazan o corresponden entre sí” y pone como ejemplos “la unión de la vid y el olmo o la buena correspondencia de dos o más colores, etc.”. No se habla del vino y los alimentos, porque seguramente inicialmente no se utilizaba en este sentido.
Si en cambio buscamos “armonía”, muy ligado a la música, en su tercera acepción hacemos bingo: “Proporción y correspondencia de unas cosas con otras en el conjunto que componen”. Entramos en el terreno de la correspondencia, de la conformidad y entramos de lleno en las catas más participativas en las que se combinan vinos y alimentos y se establecen diferentes sinergias para potenciar las cualidades de ambos. De esta forma, me alineo con la opinión del presidente de la Real Academia de la Gastronomía, Rafael Ansón.
Al final, como decía el otro día la catadora María Eugenia Rozas, de la Guía Repsol, todo es cuestión de sentido común y, si tenemos la suerte de poder disfrutar de un Vega Sicilia, habrá que combinarlo con viandas neutras o que potencien aún más sus virtudes; mientras que podemos estar en el escenario contrario y tener un magnífico chuletón y un vino del que no poder presumir en exceso. Rozas también hablaba de armonía como la mejor forma de referirse a la unión entre vino y condumio.
No obstante, habrá que utilizar una serie de normas básicas, como la que los blancos combinan mejor con los aperitivos fríos o que un vino con una buena acidez puede combinar con alimentos grasos. Y eso teniendo en cuenta, por ejemplo, que nada “casa” con unas aceitunas por el aliño de vinagre con el que están hechas, salvo un fino, aunque en este caso podríamos recurrir mejor a la cerveza.
Pero, por favor, desterremos eso de que el vino blanco pega exclusivamente con el marisco o la carne con el tinto, porque tenemos que estar más abiertos y receptivos a hacer pruebas, aunque a nadie, salvo a ese amigo que tenemos todos, mezclar sardinillas en aceite con natillas. Y no tenemos más que mirar muchas contraetiquetas donde todo parece un corta y pega.
En el caso contrario, tenemos a quien reduce el espectro aún más “ligando” un vino a cualquier tipo de casquería, provocando el rechazo de plano de la mayoría como forma de llegar a unos matrimonios mal avenidos; mezclando vino, religión, matrimonios, maridajes y olvidando lo más hedonista: el disfrute por el disfrute, la armonía, que el vino nos ayude en una buena digestión y que disfrutemos de nuestra bebida báquica y de cualquier “tentempié” en la mejor compañía y en buena armonía.
José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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