De arribistas, bacines y otras castas
En esta misma columna he hablado de la conveniencia de trabajar en equipo y de todas las ventajas que se aportan creando piña y sacando lo mejor de cada uno de los componentes de un departamento, sea en la empresa que sea.
He tenido la oportunidad de hacerlo a gran escala, en un sistema multidepartamental, donde, por mecanismos de defensa y por la pervivencia de la propia estructura, se hace necesario enviar mails para que quede constancia de cada gestión; he sido mi propio Departamento de Marketing y Comunicación; y he estado al frente de equipos de personas, en mayor o menor número.
Y, en términos generales, lo que es común es que, a lo largo de tu trayectoria profesional, recuerdas aquellos que sumaban y los que se les veía a la legua que eran unos arribistas, unos pelotas o unos bacines y que veías cómo, sin escrúpulos, cambiaban de registro y de mensaje, dependiendo con quién hablaran.
Al igual que la expertise que uno tenga te acompaña a lo largo de tu trayectoria profesional, la actitud y la forma con la que te has comportado con tus compañeros te acompaña de igual forma. Y siempre hay ejemplos de moscas o mosquitas muertas que al principio parecía que no hablaban por no romper el silencio y cómo se aprovechan de la bajeza de ser confidente de algún jefe y de tener como principales activos en su puesto de trabajo ser un bacín, un pelota o un “sísí”, como estos perros que movían la cabeza de forma rítmica en los coches de antes.
Desgraciadamente, a veces cuenta más decir a todo que sí, que poner las pegas justas y necesarias de una idea sin sentido o de una decisión injusta, porque ser jefe es más persuadir que imponer o que tratar de influir en el ambiente con estrategias ruines. Se da el caso de entornos de trabajo en los que siempre se quiere que haya tensión, porque de esa forma se tiene la errónea impresión de que se produce más. Nada más lejos de la realidad, porque eso, en mi opinión, sólo provoca que haya interferencias entre cometidos entre diferentes trabajadores, muchas de las veces propiciados por los superiores.
Y digo esto después de hablar con un amigo al que, rizando el rizo en una empresa afín al vino, simularon el despido de un trabajador para espolear al resto de componentes del departamento, con acto e invitación de despedida incluida, cuando en realidad seguía trabajando desde casa riéndose del resto y llevando incluso el correo genérico de la compañía y siguiendo con los medios necesarios para continuar su labor.
Lo triste, en esta época en la que, afortunadamente, se ha descubierto el pastel del ex ministro Soria y gracias a los medios de comunicación no ha tenido más remedio que renunciar al “traje a medida”, muchas veces triunfan los bacines, los pelotas, los “muerde-almohadas” y los que no saben lo que es la profesionalidad, porque sólo son el brazo ejecutor de su amo, por mucho que este se encuentre en aventuras más propias de Don Quijote o se tiren a cualquier pozo no por iniciativa suya. Esa lealtad mal entendida lo único que provoca es la confección de “juguetes rotos”, que no encontraran con quién jugar como cuando crecieron los niños de Toy Story, si es que ya no están con su benefactor.
A los que obran de esta manera que les vaya bonito, pero yo los quiero muy lejos de la vida de los trabajadores honestos, honrados y cabales. Esos que prefieren siempre llevarse bien con los compañeros, aunque a veces esto no sea posible. Y los que piensan que la gente es buena, inicialmente, aunque, una y otra vez haya casos que nos demuestren lo contrario.
Para todo hay que valer, aunque, como suelo decir siempre, “las personas tenemos dignidad, no tenemos precio”.
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