Cambio climático, España vaciada y arranque de viñedo
En 1980 España contaba con una superficie de viñedo de 1,65 millones de hectáreas, de las que 757.000 se ubicaban en Castilla-La Mancha. Hoy, casi 30 años después, los viñedos españoles se sitúan en 960.000 hectáreas, de las que 474.000 hectáreas, el 49% del total, se sitúan en Castilla-La Mancha. Es decir, en este tiempo 689.000 hectáreas de cepas a nivel nacional y 276.000 en Castilla-La Mancha han pasado al baúl de los recuerdos y a engrosar las estadísticas de pérdida de árboles y de incremento de las emisiones de CO2.
Mientras, nuestros sesudos representantes políticos de la Europa cerril e insolidaria, seguidos por nuestros próceres nacionales y locales, decidían que lo importante era incrementar la productividad y eliminar viñedo, sin buscar otras alternativas claras; en algún caso han llegado en forma de olivos, almendros y pistacheros. Pero la realidad pura y dura es una pérdida clara de masa vegetal junto a un incremento de las emisiones de CO2, sobreexplotación de acuíferos con cultivos de dudosa rentabilidad (en muchos casos, pan para hoy y hambre para mañana) y abandono de la población del medio rural.
Esta tendencia se agudizó, aún más, en la década de los 90 y los primeros años del nuevo milenio cuando la construcción se convirtió en la amante perseguida por muchos propietarios de viñedos que dejaron sus explotaciones para juntar ladrillos en media España, especialmente en Madrid. Todos al rebufo de aquel ministro que vendía España, no como un país para crear riqueza de la que todos nos beneficiáramos, sino como un país para forrarse con negocios especulativos, con ganancias a corto plazo y con visión de futuro, cero.
Hoy, en 2019, Madrid ha recibido con júbilo una cumbre por el clima que pretende concienciar a propios y extraños de la importancia de frenar las emisiones de gases contaminantes. Y, para predicar con el ejemplo, han llegado en manada en aviones; han multiplicado los paseos por Madrid en coches oficiales y han vitoreado a Greta Thunberg, a la madre que la parió y al padre que la engendró, y a su equipo de escolares especialistas en hacer pellas los viernes.
Pero la realidad es la que es. Mientras no se tomen en serio gestos tan importantes como reciclar, dejar de vender plásticos de una vez, plantar árboles y dejar de roturar tierras para empobrecerlas con macro plantaciones de soja, defender nuestro patrimonio vitivinícola, a la par que el olivarero, el frutícola y el cerealístico; incentivar el asentamiento de industrias no contaminantes en el medio rural; incrementar el teletrabajo, con especial incidencia en las Administraciones públicas y educar a la población para que ahorren agua y electricidad, además de estimular el uso de energías alternativas, estaremos perdidos.
Afortunadamente, el sector vitivinícola, pese a los efectos del cambio climático, es uno de los que más fuerte está luchando por contribuir a minimizar las emisiones de CO2 y a propiciar su captura con uso de energías alternativas, utilización de coches eléctricos, reciclaje de vidrio, transporte de importantes cantidades de vino a granel en contenedores para envasar en destino con una trazabilidad impecable… Y ejemplos de empresas como el de la familia Torres es uno de ellos. Todo unido a las, cada vez más extendidas, prácticas de cultivo ecológico, con o sin certificación.
Periodista. Miembro de AEPEV y FIJEV
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