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A vueltas con el consumo de vino

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Lo que no se comunica
Lo que no se comunica

Hubo un tiempo, no tan lejano, en el que en cada mesa, por muy lujosa o humilde que fuera, había una botella de vino; sola o acompañada con gaseosa, ya fuera en casa o en cualquier restaurante. Y de eso no hacen tantos años…

La diferencia es que, ahora, los vinos son mucho mejores y más varietales, con una abanico excepcional de marcas y de zonas de producción, algunas de ellas convertidas en genérico de tipo de vino. Por eso tendríamos que plantearnos qué es lo que hemos hecho mal, pensar por qué hemos pasado de 70 litros por habitante y año en la década de los 70 a los 21,26 per cápita que se nos apuntan ahora, teniendo en cuenta, además, que gran parte de ese consumo viene derivado de los numerosos turistas que nos visitan a lo largo del año.

Sólo teniendo en cuenta nuestra población se entiende, por tanto, que seamos los séptimos en consumo global, guarismo que desciende al número 33 cuando no se tiene en cuenta la variable poblacional.

Hemos de incidir en que hay que buscar nuevos consumidores entre la gente joven que alcanza la mayoría de edad, convirtiéndolos para la causa, utilizando formatos y tipos actuales como los “moscatos” o los “frizzantes”, piedra en la que han empezado a picar muchas de las cerca de 6.000 bodegas que pueden convivir en la actualidad en nuestra piel de toro y que sacan todos los días al mercado más de 20.000 enseñas.

Hace poco leía que se habían acabado los tres años de promoción de la campaña generada desde la Federación Española del Vino (FEV) y poco poso de opinión se ha generado, salvo el leve recuerdo de unos libros de recetas vinculadas con unos cuantos personajes famosos -aunque algunos apenas los conocía porque no soy de ver muchas series actuales y españolas-. Por eso mismo igual es hora de tratar de pergeñar algo para dejar que el vino, en sus diferentes tipos, formatos y propuestas, sólo sea una alternativa para la primera cena romántica entre jóvenes con más de 18 años en su primera cita formal.

Y, ya sea con frizzantes, moscatos o tintos de verano los “evangelicemos” para la causa, como paso previo para que empiecen a pedir vinos por zonas o por marcas, más allá de lo que se repite en todas las barras del país. Y los márgenes en Hostelería habría que estudiarlos mucho más, sin que se ampararan en los riesgos de descorche o en los problemas puntuales que pueden plantearse en un vino, puesto que, al ser mucho más grande la oferta que la demanda, cualquier conato de problema de TCA, refermentación en botella, etc., se ataja con suficiencia.

Y, como he dicho en alguno de los más de 150 artículos semanales que llevo sobre marketing y comunicación, tenemos que copiar mucho de los americanos, que nos meten por los ojos en todas las películas sus botellas de vino, sin circunscribirse tan sólo al consumo en una mesa en una comida. La cantidad de veces que salen los personajes tomando una copa en casa para aliviar el estrés, tras una dura jornada de trabajo, contrasta con las pocas imágenes que vemos en el cine español y que, en los pocos casos en los que se da, obedece a un intercambio comercial de “product placement”.

Y los franceses y los italianos tres cuartos de lo mismo, con el añadido de que el lambrusco tiene un aliado impagable en las pizzerías que han colonizado todos los países del mundo.

Pues hasta que no nos quitemos tantos remilgos y tanta parafernalia a nuestros jóvenes que acaban de estrenar la mayoría de edad le será más fácil llevar a una fiesta unas latas o botellines de cerveza, no vaya a ser que a alguien se le ocurra criticar el vino con el que se presentan en una fiesta.

Claro que es un problema de base que habría que ir que iniciando, con mucho mimo y con la supervisión de profesionales de diferentes ámbitos, desde la edad escolar, para dar más claves a nuestros jóvenes e introducirlos, llegado el momento, en nuestra vasta Cultura del Vino.

 

José Luis Martínez Díaz  
José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.

 

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