Barco del Corneta: defensa de la identidad de la verdejo
La verdejo ha tomado gran protagonismo en los últimos años. Tanto que sus fronteras han ido más allá de la D.O. Rueda, denominación que ha hecho de ella su emblema. Tanta oferta en el mercado ha llevado en ocasiones a perder parte de su esencia. Por eso no es de extrañar el surgimiento de diversos proyectos enológicos donde se toman la elaboración de esta variedad con una mayor reflexión: “El proyecto de Barco del Corneta es una interpretación de lo que nos gustaría que fuera la verdejo” explica Félix Crespo, enólogo junto a Beatriz Herranz, enóloga y creadora de esta bodega. Y continúa: “ojalá la verdejo se identificara con el perfil que nosotros hacemos. El vino de La Seca debería ser así”.
«Esta es la interpretación de lo que nos gustaría que fuera la verdejo» Féliz Crespo
Todo surgió en 2007, como un deseo de Beatriz de volver a sus orígenes, en Valladolid, y retomar la actividad vitivinícola de su familia. La intención no era elaborar vino, sino vender la uva. Pero una prueba inicial de apenas 300 botellas y su gran éxito entre algunos importadores inclinaron la balanza hacia la elaboración. Ella se metió de lleno en el proyecto, dejando su trabajo como enóloga en Gredos, y Félix, aunque colaboró desde los primeros años, terminó por unirse de forma definitiva en 2016.
Ese primer vino que despertó tantas expectativas fue Barco del Corneta: un verdejo 100% elaborado a partir de una finca de cinco hectáreas y media, con diferentes suelos. Cada año elaboran por separando según el tipo de suelo donde se sitúan las viñas: canto rodado, arena y arcilla; y posteriormente realizan la mezcla.
Para su elaboración, realizan un prensado directo, en ocasiones una ligera maceración y fermentan en barricas de diferentes tamaños donde después permanece durante nueve meses con sus lías. Es un vino de gran frescura, pero complejidad de aromas, con notas a manzana, pera, almendra y notas de bollería. Con capacidad de guarda y de ir ampliando su expresividad con el paso de los años, un objetivo que buscaban con la verdejo desde el primer momento. Es más, la añada que se comercializa ahora mismo es la 2018.
Su primer vino, Barco del Corneta, tiene capacidad de guarda y de ir ampliando su expresividad con el paso de los años, un objetivo que buscaban con la verdejo desde el primer momento.
De este perfil de guarda, solo se desmarca Cu-Cú (Cantaba la rana), que empezó a elaborarse en 2013, como vino de entrada, más fácil y directo, aunque sin nada que envidiar a su hermano mayor, pues se elabora con parte del vino que se descarta para Barco del Corneta, y refleja la personalidad que quiere aportar la bodega en sus verdejos.
Barco del Corneta podría estar, por localización, dentro de la D.O. Rueda, pero optaron por elaborar bajo la IGP Vino de la Tierra de Castilla y León. Buscaban precisamente romper con la idea de verdejo que hay establecida y, con el paso de los años, el reconocimiento a sus elaboraciones y su forma de interpretar la verdejo les ha servido de aval, además de la libertad que facilita esta figura para desarrollar sus proyectos.
El cuidado por ofrecer un perfil con mayor personalidad y con capacidad de guarda empieza desde el viñedo: “trabajamos en ecológico, y los viñedos están certificados desde 2020” explica Beatriz.
Paraje de los infiernos: la trilogía de viñas viejas
El buen resultado con viñas, en su momento, que casi no cumplían la década, no frenó a Barco del Corneta en su deseo de aplicar su expresión de la verdejo a viñas viejas. Por ello, también en 2013 iniciaron la búsqueda de viñedos viejos. Llegaron así a una zona apartada del centro masificado de producción de vino, con viñas plantadas en pie franco, suelos de arena y rodeadas de pinares. Aunque, en un primer momento, los oriundos les dijeron que de ahí no podrían sacar nada. “Localizamos en Alcazarén (Valladolid) dos viñas muy viejas: una era de verdejo y otra de una variedad que en la zona la denominaban como verdejo mayor, lo que interpretamos como una alusión a que quizá era un clon mejor”, explica Beatriz.
Tras dos años de recuperación de la supuesta verdejo mayor, pues había estado abandona, el primer año que dio producción se dieron cuenta de que el nombre utilizado en la zona no era para referirse a “una verdejo mejor”, sino que resultó ser palomino fino. “En ese momento fue una gran decepción, pues habíamos estado trabajando en esa viña casi por amor al arte, pero luego nos ha dado grandes alegrías”, relata Félix.
Esta casualidad hizo que el proyecto de viñas viejas no fuera solo de verdejo, sino que se centrara en las variedades blancas que históricamente se habían cultivado en la zona. Así, incorporaron una viña vieja de viura, plantada a finales de los sesenta en Villanueva del Duero, y llamaron a esta trilogía El Paraje de los Infiernos, en honor a una zona donde cultivaba uva el abuelo de Bea, llamada “paraje del infierno”, porque decían los lugareños que no valía ni para cereal.
“Con este proyecto hemos aprendido que con la viña vieja hay que tener paciencia y dejarla que se exprese con el tiempo”
El resultado son tres elaboraciones muy limitadas, donde quieren que la viña vieja exprese su complejidad, en cada una de las variedades: “la complejidad la trabajamos desde la viña, pero para que haya un buen equilibrio, pues ya viene dada por su edad, pero hay que decidir si quieres más terroir, más fruta, más frescura”, matiza Félix.
“Con este proyecto hemos aprendido que con la viña vieja hay que tener paciencia y dejarla que se exprese con el tiempo”, cuenta el enólogo, “la primera vez que catamos el resultado de estos vinos fue una decepción, pero los dejamos más tiempo y al volver a ellos vimos que habían ganado muchísimo con el tiempo, y lo siguen haciendo una vez embotellados”.
Ahora, sale al mercado la nueva añada 2019 de las tres referencias, pero, aunque se agotan con rapidez, pues se producen menos de 1.000 botellas de cada una de ellas, es recomendable guardarlas, por lo menos unos meses, y así disfrutar de toda su expresividad.
La Sillería, El Judas y Las Envidias:
La Sillería: la verdejo procede del viñedo viejo situado en Alcazarén y el nombre del método que usaba su antigua dueña para separar las lindes: dos sillas. Fermenta en barrica de 500 litros y después pasa una crianza de 12 meses con sus lías. Es redondo, con acidez refrescante, con aromas a fruta blanca y matices confitados. Además de un final pronunciado con un ligero toque de amargor.
El Judas: la viura vieja recibe el nombre en honor a una parcela homónima de viura que cultivara el abuelo de Beatriz en aquel “Paraje del infierno”. Con una crianza similar a la verdejo, pero en barrica de 600 litros. El resultado es goloso, redondo, con gran expresividad a fruta blanca y ligeros recuerdos anisados y a vainillas.
Las Envidias: fruto de la casualidad, se trata de una palomino fino vieja donde, además, han querido hacer un guiño a las elaboraciones de vinos rancios típicos de la zona, en los que se desarrolla velo de flor. Se elabora en barrica de 300 litros, pero parte lo hace en una bota jerezana donde realiza crianza biológica durante 12 meses. “Es el vino donde más jugamos, desviándonos un poco de la expresión de la variedad, al ser de un perfil más neutro”, explica Félix. El vino, tras un tiempo en botella, es aromático, con notas a fruta de hueso y fondo ligero de frutos secos; salino, con acidez y persistencia.
Imáganes: Barco del Corneta
Periodista especializada en el sector del vino.
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