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El vino ¿en la DIANA?

En los últimos tiempos, el vino se ha visto sometido a un escrutinio creciente en redes sociales y foros digitales. A menudo se le reduce a su mera condición de bebida alcohólica, presentándolo como un producto problemático mientras se ignora por completo su profundidad histórica, su valor cultural y su inmensa contribución socioeconómica. Lo más alarmante es que, desde dentro del sector, la respuesta a este relato simplista ha sido débil y difusa, una pasividad que no hace más que agravar la situación.

Pero el vino es mucho más que alcohol. Es el paisaje transformado en líquido, es tradición viva, es el alma de la gastronomía y la identidad de pueblos enteros. Durante siglos, ha sido un compañero inseparable en las mesas mediterráneas, testigo de encuentros, celebraciones y de la vida cotidiana de generaciones. Hoy, miles de familias, especialmente en entornos rurales, dependen de la vitivinicultura como un pilar económico irremplazable.

Consumido con moderación —un principio que aplica a incontables aspectos de una vida sana—, el vino se integra con naturalidad en un estilo de vida equilibrado. El placer sensorial que ofrece, su poder para congregar a las personas y su papel histórico en la dieta mediterránea son valores que un debate cada vez más polarizado y simplista está arrinconando injustamente.

Es innegable que el sector atraviesa una encrucijada: la caída del consumo, una competencia feroz y la necesidad de diversificar hacia el enoturismo o explorar nuevas categorías, como los vinos NOLO (sin o bajo alcohol). Sin embargo, en toda crisis yace una oportunidad. La oportunidad de reinventarse, de innovar sin traicionar los orígenes y, sobre todo, de comunicar con claridad y firmeza lo que el vino representa realmente: una experiencia cultural, social y sensorial única.

El gran reto no es negar la imperiosa necesidad de un consumo responsable, sino **recuperar la narrativa positiva** que al vino le corresponde. Se trata de reivindicar con orgullo y argumentos sólidos todo lo que aporta: empleo, identidad, cultura, disfrute y calidad de vida. El vino debe volver a ocupar el lugar que merece. Y para lograrlo, debemos defenderlo con la convicción de que es un elemento irrenunciable de nuestro pasado, una parte vibrante de nuestro presente y un valioso legado para nuestro futuro.

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