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El vino en botica

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En el mundo del vino siempre hemos defendido su consumo moderado como algo placentero, parte de nuestra vida, parte de nuestra cultura, de la dieta mediterránea, y, sí, también como algo saludable.

Durante generaciones la bota, el porrón, la frasca de vino eran un elemento más del entorno de las clases modestas -no se olvide que siempre han sido las mayoritarias- y el consumo de vino era algo diario, que, en forma de embotellado, se convertía en elemento que daba prestancia a cualquier evento social. Los niños de mi edad, en mi tierra, merendábamos a menudo pan mojado en vino con azúcar y no tengo el recuerdo de mis padres como monstruos pervertidores de menores. Al contrario, el haber nacido junto a la modesta bodega familiar, y que el vino fuese un elemento más del entorno, hizo que se me educase en el respeto al mismo.

Luego, creo que allá por los setenta u ochenta, y me temo que empujados por una mezcla de soberbia e ignorancia, el vino fue desplazado e ignorado por las clases modestas. Eso fue cuando comenzamos a creernos que éramos clase media. Y resulta que, para ser “moderno”, había que darle a la “birra” y al combinado –de importación, por supuesto- y a otro tipo de sustancias no siempre líquidas. Sólo recuerdo una sola canción de aquella época –tan maravillosa, por cierto- que haga referencia al vino, el “¡Ay, Dolores!”, la chica tetrabrik de Siniestro Total, pero estos gallegos son así y, no sé si gracias al vino, pero siguen en activo.

 

 

 

Por aquel entonces había mucho demonio que exorcizar y, cómo pontificó Freud, se debía matar al padre y ocurrió que nos pasamos de frenada. Matamos al padre, a la madre, a los abuelos… El porqué me lo imagino y, para no herir sensibilidades, me lo guardo. Pero, cómo todo es metáfora, nos cargamos sus símbolos, entre ellos el vino. Este quedó arrinconado y condenado a ser un artículo de lujo, de viejos o de albañiles. Poco “glamour” aportaba a los ídolos de la época. Y el consumo se desplomaba.

A continuación, tras aquel desmelene catárquico, vino la señorita esa que hacía aerobic en la tele y la tal Nasarre nos convirtió en fieles seguidores de la vida sana, lo “light” y vino otro estacazo al consumo.

 

 

 

¡A por la felicidad por la acelga y el agua mineral!, curiosamente tras aquella época de droga dura, canutos y desmadres en TODAS las campañas antidroga aparecía el vino de manera más o menos explícita. Y el consumo seguía despeñándose.

Pero ¡albricias! Unos años después apareció la “paradoja francesa”; en 1992 Serge Renaud, director de Investigación del INSERM en Burdeos (Instituto Nacional de la Salud y la Investigación Médica de Francia) publicó un trabajo en el que mostraba los paradójicos resultados sobre la tasa de mortalidad por enfermedad coronaria y el consumo de grasas saturadas en Francia. Es decir, en aquel estudio Renaud comparó la menor mortalidad cardiovascular de los franceses con el consumo moderado de vino, después de haber realizado análisis en distintos países. Y el consumo subió algo, pero subió (en el extranjero). O sea, que en lugar de adelgazar dando saltitos vestidos con unas pintas horrorosas, se podía hacer pimplándose unos tintos ¿Para esto habíamos matado a padre? ¡Joé que tontos!

Y se montaron organismos para estudiar y difundir los beneficios del vino. Y se encontró el resveratrol, poco menos que el elixir de la eterna juventud; si no mirad este enlace a una revista digital local de República Dominicana, Y ahora resulta que el vino, con moderación -es obligado decirlo para tranquilizar talibanes- es maravilloso para la salud. También está la alternativa de que sea sin alcohol. Y también los farmacéuticos se han preocupado por el vino. Y, además, han encontrado clones que producen  ¡cinco veces más! de resveratrol en Bodegas Riojanas. Pero el consumo sube en todo el mundo menos en casa.

Mucho me temo que, si no racionalizamos un poco, esta vía se nos puede descontrolar ¿Os imagináis que se dispense el vino en botica, con lo tarde, y mal, que pagan los gobiernos autónomos? Aunque, si el consumo sigue bajando y los precios subiendo, no es descartable. Aunque queda la posibilidad de hacer del vino un genérico. Por aquello de la austeridad.

Javier Escobar

javier.escobar@elcorreodelvino.com
http://www.linkedin.com/in/javierescobardelatorre

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