Nada es lo que parece
Cuanto más me sumerjo en indagar sobre aspectos de la Cultura y la Historia del Vino, he de reconocer que más perdido me encuentro, más que nada porque en las diferentes comarcas vitivinícolas españolas nos hemos preocupado más por acaparar símbolos que por explotar las certezas que más información puedan aportar sobre nuestro pasado.
La pasada semana impartí una charla en la que traté de centrarme sobre lo que ha aportado la arqueología al mundo del vino, hasta el punto de sentir curiosidad por el vino “Sanguis”, elaborado en Extremadura con las recomendaciones dadas por autores romanos en el siglo II de nuestra era, en el que los historiadores y los arqueólogos han “bazuqueado” en nuestro pasado para determinar cómo eran los vinos que disfrutaban nuestros ancestros hace cerca de 2.000 años.
He de decir que sólo en la Wikipedia tenemos casi medio centenar de folios de información, que hay que valorar en su justa medida porque todos podemos ser escritores de esta plataforma, aunque nos puede servir de orientación, sin que sea óbice para que tengamos que beber de otras muchas más fuentes de información.
En mi comarca, había oído que en el Yacimiento Ibérico del “Cerro de las Cabezas”, que fue poblado entre los siglos VII al III a.C. y que no fue romanizado, se habían encontrado restos de pepitas de uva, aunque yo no las he visto físicamente. Es más, durante un tiempo también se comentó que aparecieron unos pellejos de piel de cabra que podían haber contenido vino de esas fechas, a pesar de que he de confesar que tampoco los he visto.
Y, es más, tampoco creo que los vaya a ver, en ese ánimo de, por ejemplo, apadrinar y acoger a monjes cistercienses como precursores de la introducción de variedades tintas desde Borgoña en los años de la Repoblación de las Órdenes Militares, ya hablemos de Raymond de Citeaux o de Raimundo de Fítero, según las zonas y como ejemplo de tratar de acaparar para si la singularidad de una trayectoria común.
Al margen de la botella que aún se conserva en Alemania, datada entre los años 325 y 350 de nuestra era, que apareció en un antiguo poblado romano del siglo IV en el ajuar funerario de un militar y que se descubrió por azar en el siglo XIX, como es lógico, los restos anteriores han de ser sólidos y son una fuente de información sobre la que puedan trabajar los arqueólogos.
En Valdepeñas, en el barrio de Consolación, que está a mitad de camino hacia Manzanares en dirección Madrid, la construcción de dos rotondas dobles (que considero una inutilidad en ese tramo) sirvió, sin embargo, para descubrir un antiguo “vicus” (barrio) romano en el paraje denominado “Aberturas”. Este hallazgo de 2011, publicado en diferentes foros por el arqueólogo Luis Benítez de Lugo, puede constituir, sin duda, el primer vestigio científico sobre la elaboración del vino, con el referente concreto de este “vicus”, que se desplegaba a lo largo de 24 hectáreas de extensión y que fue poblado desde la segunda mitad del siglo III d.C. hasta la Alta Edad Media y el siglo XIII.
Junto a viviendas romanas y materiales cerámicos, hay constancia de varios lagares y silos cerrados, al modo que lo hacían los romanos, con yeso o con barro, seguramente para proteger el vino de la crudeza del cambio de las estaciones.
Estos hallazgos concretos son los que nos aportan luz de cómo disfrutaban del vino nuestros ancestros, si lo “bautizaban”, o si lo bebían puro como los “bárbaros” e incluso sobre sus preferencias. Si les añadían agua de mar, si lo bebían cocido o templado, si les añadían canela, miel, ajenjo, semillas de hinojo, etc. o si se los ahumaba o si tenían las notas a resina que bien conocen aquellos a los que les gusta beber en bota.
Esos romanos que daban un beso a sus esposas para saber si habían bebido, dado que el consumo de vino conllevaba la pena capital, a pesar de que, con el paso de los siglos, llegara a conformarse, por ejemplo, el refrán de que “vino y queso saben a beso”.
José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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