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Vino y Dinero: ‘Cuna’ o ‘Zapatilla’

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La relación de las grandes fortunas con el vino nos hace ver que el dinero es muy afín con nuestro líquido elemento, de la misma forma que una gran empresa puede patrocinar una afamada muestra de Bellas Artes para su colección particular.

Porque estamos en un nivel de la pirámide de Maslow en el que priman las necesidades de autorrealización, el prurito y ese mirar por encima del hombro que es muy propio de muchos bodegueros, ya sea porque lo han mamado desde pequeños o por imitación y deseo de nuevo rico.

Claro que la forma de llegar a la cumbre es muy variada y algunos, que suelen coincidir geográficamente con el norte de España, son los que han mamado el lujo desde la cuna, donde el vino ha sido un aspecto diferenciador de prestigio con sagas de bodegueros fraguadas durante generaciones. Por su parte, otros se han ganado el posicionamiento a golpe de zapatilla, de los resultados de prueba-error durante años y de pegar empellones en el mercado de exportación, que ahora es la gallina de los huevos de oro.

Leo en “El Mundo” que 40 de las 200 grandes fortunas españolas tienen intereses en el vino y me sorprende y me convence a partes iguales. Porque el vino no creo que sea (a no ser que entremos en el gremio de los subastadores) un producto con el que especular y hacer dinero a corto plazo. Más bien, durante alguna década ha servido para que “visionarios” lavaran dinero negro del ladrillo con instalaciones sobredimensionadas que han arrastrado al fracaso a algunos conocidos toreros, cantantes, humoristas y futbolistas, por ejemplo. Por otro lado, el que hace vino hace un producto muy subjetivo y del que puede sentirse orgulloso toda una familia o toda una compañía. Claro que tenemos numerosísimos ejemplos que evidencian que este objeto social requiere de cierta especialización.

Se habla en el artículo de Manuel Jove, ese empresario gallego que llegó a tener el 5% del BBVA y que supo oler ese tufillo del ladrillo para crear Avanteselecta; o de la familia Masaveu, afincada en Asturias y de procedencia catalana; o de CUNE, o de los Aznar –y de los Hurtado de Amézaga y de más sagas familiares que no nombra- en Marqués de Murrieta; de los Solís –donde tuve la suerte de trabajar durante 6 años en su departamento de marketing-, de los Ayuso o de los Vivanco y, cómo no, al murciano-manchego García Carrión.

El artículo obvia las ramificaciones o presencias pasadas y presentes del dueño de Sanitas, de los Abelló o de Villar Mir, entre otros grandes empresarios, aunque es muy complicado nombrar a tantas grandes fortunas, algunas incluso más importantes, pero con menos ruido, como la manchega firma de Juan Ramón Lozano.

Ni lo uno ni lo otro nos asegura la clase inherente de muchas personas, que es independiente a la forma con la que se haya adquirido la fortuna en torno al vino, puesto que hablamos de estilo. Y de personas. Y ahí cada persona es un mundo y las relaciones humanas son imprevisibles. He tratado con personas de “cuna” y de “zapatilla” y en ocasiones son peores aquellos que ahora están montados en el dólar y que olvidan a antiguos amigos que en su día incluso tuvieron que pagarles un bocadillo de calamares.

A nadie nos gusta que nos recuerden esto, y más si es en público, por eso de que “ni pidas a quien pidió, ni sirvas a quien sirvió”. De igual forma, he tratado a familias bodegueras “de sangre azul” y he sentido muchísima humildad y muchas ganas de aprender en el día a día. O todo lo contrario, gente con título nobiliario que ni te ha permitido quitarte el abrigo en una entrevista de trabajo y que pone barreras psicológicas en todo lo que haces tan surrealistas, que parecen sacadas del personaje interpretado por Jack Nicholson en “Mejor Imposible”.

Al final, creo que nadie puede olvidar de dónde viene, aunque siempre con naturalidad y con humildad. Y, desde luego, pese a que amo al vino, si tuviera dinero, no abriría ninguna bodega. “Zapatero a tus zapatos”.

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