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Publicidad y autorregulación

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Las mejores normas éticas, en todos los campos, son las que se acaba imponiendo uno mismo como persona, como empresa o institución. En el caso del mundo del vino, fue todo un éxito que desde la Federación Española del Vino (FEV) se autoimpusieran toda una serie de preceptos que cumplir ante la sociedad, algo a lo que estamos sujetos por normativa y que, por ejemplo, limita la publicidad pura y dura de vinos a determinadas franjas horarias.

No obstante, aunque sea una bodega que no esté adscrita a un colectivo que se haya “autorregulado” o que se haya obligado a cumplir el Código de Autorregulación de la FEV, no quiere decir que tengan que (o puedan) estar al margen de la ética y del sentido común, que acaba siendo el menos común de los sentidos.

Escucho en una emisora de radio una cuña de publicidad sobre un mosto parcialmente fermentado en el que se conmina a los oyentes a “olvidarse” del alcohol en estas fiestas navideñas porque ese producto en concreto tiene tan sólo 7 grados. Evidentemente, no creo que haya mala intención y que sólo se ha tratado de aprovechar la ventaja competitiva de aquellos que elaboran este tipo de producto. Pero hay que tener cuidado con los mensajes que se lanzan, porque, al lado de la ventaja competitiva de este producto, está la realidad social y los controles de la Guardia Civil. Por eso mismo, de forma paralela, hay que apelar al consumo responsable de vino y/o de sus derivados, dado que legalmente sólo se puede llamar vino  a las bebidas fermentadas de mosto de uva que se sitúan entre los 9 y los 15% Vol. En todo caso este anuncio puede ser controvertido. No voy más allá.

Aún recuerdo los primeros pasos del Código de Autorregulación de la FEV y la reclamación que tuve que resolver desde Autocontrol de la Publicidad, organismo que vela por todos estos contenidos como bien se encarga de hacernos ver en esos anuncios de televisión en los que aparece un marco transparente a través del cual se ve la publicidad. Entiendo que será difícil llegar a una buena capilarización y controlar todos y cada uno de los anuncios.

Por lo demás, desde el coche también he podido oír dos anuncios en mi zona de influencia referentes a sendas campañas que están acometiendo estos días las denominaciones de origen de La Mancha y Valdepeñas. En este caso, creo que se le da excesivo protagonismo a las instituciones europeas que sufragan la campaña, lo que hace que casi se acabe perdiendo el mensaje que dichas instituciones tratan de transmitir, porque ocupa casi el 40 por ciento del tiempo reducido de una cuña, que suele limitarse a 20 segundos.

Si a eso añadimos que casi todo en una cuña es psicología para que un oyente, que casi siempre está haciendo otra actividad alternativa (conducir, trabajar, etc.), pueda estar expuesto a los “conceptos clave” que queremos transmitirles, vemos que es aún más complicado. Porque cuando uno escucha –mejor, oye- la radio, como he recalcado, no está tan predispuesto a asimilar los conceptos como cuando lee, porque aquí sí que tenemos que activar nuestro cerebro. Y eso que insisten en que somos “multitarea”, cuando ni siquiera solemos ser capaces de hacer las cosas de forma eficiente por separado.

Por lo anterior, se entendería que quien paga tuviera un espacio mínimo en publicidad impresa en los diferentes soportes, pero que en radio es posible que vaya en contra de los anunciantes y de la propia institución, más allá de que quieran mirarse en el ombligo. Porque una cosa es justificar y acabar con la sombra de la duda de muchas tropelías que se han cometido con fondos públicos; y otra, bien distinta, que la normativa acabe con el fin del medio que se utiliza. Claro que para ello conviene que verdaderos profesionales trabajen todas estas cuestiones y no le dejen el marrón al departamento comercial de una determinada emisora, que, dicho sea de paso, le pasa el texto y la música de moda (que suele tener derechos) a un locutor que no suele tener incentivos y que trata el trabajo, en muchas ocasiones, sin emocionarse demasiado, porque “a nadie le amarga un dulce” y está claro que cuando las cosas se pagan, el resultado suele ser mucho mejor.

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