Por Dios, que sea sangre
Andan nuestros vecinos franceses derramando cisternas y, con ello, el trabajo de cientos de vitivinicultores de Castilla-La Mancha en la frontera, olvidando lo que hicimos por ellos en la “crisis de la filoxera” -hacia 1880- o cada año en la vendimia francesa, que se sigue sustentando en parte gracias a los jornales de las cientos de familias de diferentes regiones españolas que se trasladan, año tras año, al país vecino.
En un mundo globalizado, en el que los “Martinis” italianos se sustentan con uvas de varias zonas de producción españolas y en los que los que hemos mamado el vino desde pequeños viendo matrículas de camiones de zonas insospechadas, sorprende que los vecinos franceses sigan tomándola con el eslabón más débil de la cadena: los agricultores.
O sea, que aquellos que se la pillan “con papel de fumar” y que pecan de “esnobismo” en la defensa del vino de una zona determinada, que no saque tanto pecho, porque podrían llevarse muchas sorpresas sobre las procedencias de muchas cisternas o de cajas de plástico refrigeradas, a pesar de que ahora no vengan las provincias de origen en los vehículos.
Volviendo a la cuestión con los vecinos, lejos quedan esos tiempos en los que en zonas como Valdepeñas y Tomelloso se permitía comercializar el brandy con el nombre específico de Cognac, porque no veamos cómo se cotizan las botellas originales de “Cognac Peinado”, que aparecen en ebay o Milanuncios a 500 euros como mínimo. Olvidan cómo el “bichito” les asoló desde 1880, décadas antes de que en España se crearan en 1911 las primeras Estaciones de Viticultura y Enología en Haro y en Valdepeñas, precisamente para atajar el avance de esta enfermedad de la vid.
Lástima que nuestros vinos se coticen 10 veces por debajo que los franceses y que tengan que salir para esos lares, donde, pese al marketing incontestable de muchos châteaux y lo bien que lo han hecho históricamente, se benefician de la magnífica relación calidad-precio de nuestras elaboraciones, porque, lejos del evento en si y de las relaciones públicas, muchos vinos del “beaujalois noveau” -seguramente ni se escriba así- son totalmente infumables.
Lo que sigo sin entender es cómo las instituciones comunitarias no le meten un puro descomunal a Francia por impedir el libre tránsito de mercancías que promueve la Unión Europea, porque hay que estar a las duras y a las maduras y bastantes gilipolleces tenemos que aguantar sobre Rafa Nadal y sobre el dopaje en general. Es como si no nos perdonaran que ganáramos nuestro primer Mundial de Fútbol, los tours y Roland Garros.
Esto ya parece una moda anual, como si asumiéramos que tuviera que ser así históricamente. Y esto también es otra forma de violencia. Y el Estado, los ministerios y quien fuera tendrían que tomar cartas en el asunto y encarcelar a esos vándalos. Porque el trago que han de pasar los camioneros en la frontera ha de ser mayúsculo, cuando su único fin es llevar un sueldo a fin de mes para los suyos.
Al final, esto no tiene ningún sentido y, eso sí, deberíamos luchar legal y dignamente para que, por ejemplo, las pipas de la más importante cadena de distribución moderna procedan de China o que su aceite de oliva esté elaborado en Marruecos. Si nuestras grandes cadenas, muchas de las cuales son de matriz francesa o alemana, no defienden la procedencia de los proveedores, entiendo mucho menos aún la beligerancia que sufren los conductores de las cisternas.
Por darle un poco de humor a este tema, que poco tiene, diré como decía aquel bebedor que cayó al suelo con un único pensamiento: que no se le hubiera derramado la copa de vino en el traspiés. “Por Dios, que sea sangre”.
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