Con las botas puestas

Un gran mayoría de bodegas españolas tienen fuertes raíces familiares, porque el vino es un producto que se presta a transmitir el orgullo del saber hacer heredado generación tras generación.
Es más, muchas de estas firmas tienen protocolos familiares establecidos, siendo conscientes de lo que se dice en estos casos: “la primera generación es la que funda una empresa y tiene la idea; la segunda es la que se lo trabaja con más intensidad y es testigo de las transformaciones y cambios más importantes; y la tercera es la que se lo funde”.
Lejos de estereotipos, no debe ser fácil que en una bodega, cuyos apellidos suelen marcar la continuidad de la saga, y el carácter familiar y el sello de una firma, elegir entre los principales directivos atendiendo a su formación y a su actitud. Por eso mismo, en muchos casos tienen establecido que es necesario demostrar la valía personal antes en una compañía análoga, sobre todo en el área de distribución, antes de tomar el mando.
La inteligencia emocional juega un papel muy importante, al igual que la formación, los idiomas y haber pasado desde niño por diferentes departamentos de la bodega, algo que sirve para hacerse una idea muy completa de la política y de la misión, visión y valores de una compañía, que, no por obvios, deben ser tenidos en cuenta.
Conforme se avanza en la convivencia entre varias generaciones, máxime cuando estamos ante una de las generaciones más formadas de la historia, pueden surgir conflictos, porque al final entre varios hermanos tendremos a pensar subjetivamente que nuestro hijo es el más cualificado para postularse como timón en el futuro. En este sentido, en ocasiones se recurre a un “Consejo de Familia”, que actúa a veces de forma paralela a los Consejos de Administración, para establecer los protocolos correspondientes y que no haya lugar a malinterpretaciones.
En estos protocolos puede fijarse el acceso de sólo un hijo de los máximos accionistas de una empresa en lo que a puestos directivos se refiere. Esto no quita que puedan trabajar en otros departamentos, a pesar de que puedan crear un ambiente en el que no es conveniente tratarlos como “compañeros normales”. En ese caso “sí que va a heredar el negocio”, algo que criticamos cuando vemos que alguien trabaja con un exceso de celo.
Pues bien, escribo todo esto porque quizá lo más difícil será ceder el testigo. En esa tesitura me cuesta creer muy mucho que bodegueros que han estado toda la vida trabajando a destajo, con reuniones maratonianas y siendo el primero en entrar en oficinas inmensas y el último en salir, ceda el testigo tan fácilmente.
Decir basta, una vez que se ha cumplido la edad laboral, debe ser bastante difícil y debe asemejarse al momento en el que un deportista de élite cuelga las botas. Claro que me cuesta pensar que alguien que antepone la empresa incluso a su vida personal llegue un momento en el que se ponga a pasear al perro, a jugar a las cartas o a cuidar bonsáis.
Es más, creo que muchos de ellos harán como el General Custer y morirán con las botas puestas, porque es lo que han hecho desde que casi se les veló la infancia y la adolescencia por tener que trabajar en el embotellado a mano, mientras que jugaban entre cubas viejas y carretones de transporte. Muchos de los bodegueros que conozco cumplen con este estereotipo, aunque creo que todos deberíamos saber que hay cosas mucho más importante que ir acaparando canas a base de trabajo y berrinches. Es la propia vida y quizá muchos han tenido -y tienen- mucho dinero para disfrutarlo y no lo han hecho como debían por estar al pie del cañón.
Es lo que tienen las cocinas, que “hay que aguantar el calor de los fogones”.
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José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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