El juicio final

Sin duda, los concursos de vino son un evento importantísimo en el devenir de las marcas de vino y de las bodegas, que ven cómo un panel de cata somete a juicio un trabajo que empieza en el viñedo de cada una de las espectaculares indicaciones de calidad vinícolas que tenemos en España.
Muchas bodegas preparan concienzudamente las muestras a presentar a concurso, con diferentes reuniones anuales de Comités de Cata y tratando de adecuar los gustos a los certámenes a los que se concurre.
Comercialmente, los concursos son un apoyo ineludible a la hora de hacer marca, máxime si no lleva demasiado tiempo en el mercado, dado que, tradicionalmente el branding se hacía a lo largo del tiempo en el canal HORECA (Hoteles, Restaurantes y Cafeterías) o con inversiones publicitarias. Teniendo en cuenta que el consumo en España ha pasado a ser mayoritario en los hogares y el hecho de que las bodegas no se prodiguen demasiado en publicidad, es notorio que los premios –más cuando provengan de certámenes de relumbrón- nos ayudarán a diferenciarnos en todo ese universo nacional de más de 20.000 marcas de vino.
He tenido la suerte de participar como jurado en varios concursos nacionales; el último el pasado fin de semana en Murcia con los premios que organiza magistralmente la Cofradía de Vino del Reino de la Monastrell. Tienen un halo especial que hacen que catar en ellos sea único, ya estén –como en este caso- monopolizados por una variedad, o no. En casos como éste, los catadores enriquecen su registro y alcanzan una idea muy completa de una variedad como la Monastrell, una de nuestras uvas más mediterráneas en algunos de cuyos vinos podemos sentir, como generalidades, notas a aceitunas negras, a monte bajo y a balsámicos; aunque, evidentemente, la forma de elaboración y las diferentes formas de crianza, en su caso, nos llevan a resultados muy diferentes.
Cuando en una zona confluyen diferentes variedades, los matices son aún mayores en comparación, aunque en todos los casos es el Jurado, la labor de la Presidencia y su Reglamento los que se imponen ante cualquier duda que se plantea en el desarrollo de la cata. Vinos jóvenes que nos apuntan alguna nota a madera pueden hacer que se disparen las alarmas, al margen de los vinos que, desgraciadamente, se ven contaminados por el corcho o el exceso de sulfuroso, entre otros muchos defectos. El hecho de que un concurso esté reconocido oficialmente por los estamentos oportunos y que se realice, como no puede ser de otra manera, en la modalidad de cata a ciegas, así como la composición del jurado entre técnicos, docentes, miembros de cofradías vinícolas y periodistas especializados ayuda a que los resultados sean aún más fidedignos.
Que las copas no huelan a nada, que en el espacio donde se realiza la cata la iluminación sea la correcta y que no tenga cocinas ni olor a comida en los alrededores ayudan a que las catas trascurran correctamente, ya estén las mesas de cata dispuestas en forma de “U” para tratar de incidir en la autonomía de los catadores o en mesas “cerradas” en las que suele haber un responsable de mesa para resolver cualquier incidencia o disfunción entre las anotaciones, a pesar de que en algunos concursos se suprime la nota más baja y la nota más alta para que no tenga una incidencia muy grande en la media.
Como no se puede poner la mano en el fuego sobre la utilización de prácticas no adecuadas –a veces los resultados, aunque presuntamente tramposos, son muy buenos-, lo mejor es tratar de juzgar lo que realmente tenemos delante en las fases principales de vista, olfato y gusto, aunque hoy en día la inmensa totalidad de vinos que se presentan a concurso están límpidos y tienen buena carga colorante; mientras que muchos catadores suelen puntuar siempre con lo máximo el apartado de franqueza en nariz, dado que este apartado analiza exhaustivamente que no tenga ningún defecto.
Para no desvirtuar en una votación, hay que ser coherente con las tandas de vino que nos sirven de forma conjunta e intentar no llevarnos demasiado por nuestros gustos especiales, puntuando por la categoría que se está analizando y penalizando a los vinos que serían susceptibles de formar parte de otra categoría por exceso o defecto de crianza.
Claro que lo mejor de todos estos concursos son las relaciones humanas que se entablan entre los componentes del jurado y la organización. En este punto he disfrutado de un fin de semana único en Murcia, arropado en todo momento por la Cofradía de Vino del Reino de la Monastrell, encabezada por Fernando Riquelme. Gracias a los cofrades y a las magníficas instalaciones del Palacete Rural de la Seda, y al resto de los compañeros, pudimos pasar una magnífica jornada de cata, que he querido compartir, dado que también es una buena forma de desmitificar el vino que no se vea el “juicio final” como algo totalmente ajeno a lo mundano y a lo terreno, donde el vino tiene mucho que decir.
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José Luis Martínez Díaz
Licenciado en CC. de la Información, miembro de la AEPEV y de la FIJEV.
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