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Los Políticos y el Vino

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Está el mundo del vino español deseoso de actuaciones que den que hablar y que pongan al líquido dionisíaco en el lugar que le corresponde. Y cada noticia, o atisbo de ella, se ve en el sector como si estuviéramos viendo en televisión un avance científico clave para paliar los efectos de una letal enfermedad.

Tristemente, por esa necesidad, se crean expectativas que no se terminan de concretar o que se prolongan demasiado en el tiempo. Hablamos, por ejemplo, del anuncio de un grupo de parlamentarios de crear una asociación para la defensa del vino o del avance de la campaña prevista por la Federación Española del Vino (FEV) para el próximo otoño bajo el lema "Quien sabe beber, sabe vivir ", que se viene anunciando desde hace un par de años y de la que aún no conocemos más detalles salvo que contará con tres millones de euros de presupuesto para los próximos tres años.

Centrándonos en los políticos, más allá de cortes sonoros jocosos como el famoso "Viva el Vino" de Rajoy -o alguna perla de Aznar-, al inicio de la canícula veraniega, un grupo de parlamentarios españoles, encabezados por el polifacético Toni Cantó, de UPyD, habló de crear una especie de Asociación Parlamentaria de la Cultura del Vino a imagen y semejanza del ente ya constituido en Francia para "intentar paliar el descenso en el consumo doméstico del vino ". Ya es sintomático que nos miremos en el espejo del país vecino, aunque siempre tarde, pero no a la hora de analizar concienzudamente las razones por las que el precio medio del vino francés es cinco veces superior al nuestro.

En este punto, recuerdo al ministro Arias Cañete atiborrándose de ternera en guiso, a la plancha, en filetes y de todas las formas posibles para concienciar de que no había problema alguno con la crisis de las "vacas locas" y debería cundir el ejemplo con el vino, involucrando a toda la sociedad -artistas, deportistas, intelectuales, etc.-, y a los políticos como parte importante de ella. Hablamos de simples gestos, de un "product placement" -publicidad por emplazamiento en inglés- brutal para que aparezcan los vinos españoles hasta en la sopa.

Por el contrario, con nuestros políticos, damos un paso adelante y otro atrás y de refilón nos toca el anuncio de que la DGT tendrá permisividad cero con el alcohol en un futuro próximo, aunque últimamente no se "demonice" tanto al vino y no aparezca de forma tan evidente en políticas restrictivas, aclarando que el vino siempre hay que tomarlo con moderación y siendo consciente de los problemas que puede acarrear al contener alcohol. Afortunadamente, el talante es algo diferente al que tenía la socialista Salgado, empeñada en prohibir por prohibir.

Lo triste es que tenemos unos vinos excepcionales y un potencial que estamos aprovechando sólo en parte, al tiempo que algún iluminado nos dice que la marca España vale en la actualidad 1,16 billones de euros -¡quién dice que hay crisis!- y que hemos pasado del puesto octavo al decimotercero en los últimos dos años.

Pero en el mercado del vino no hemos sabido ponernos en valor en el exterior y siempre hemos ido a remolque de franceses e italianos. Como ejemplo, los "chateau" franceses vienen legislados por ley desde 1850, mientras que los pagos españoles apenas tienen una decena de años, lo que dice bastante de la dejadez histórica de la que hacemos gala y que se resume en esa gran mentira de que "el buen vino en el arca se vende solo".

Y gran parte de esta culpa puede residir en nuestra mentalidad a lo largo de generaciones. A modo de chascarrillo final, uno de los principales exponentes del relato de viajeros en España, Richard Ford, escribía en "Las cosas de España", allá por 1846, que "una bodega de una casa particular donde haya vinos raros y exquisitos, es una cosa aún más extraña que una biblioteca con libros extranjeros".

Y es muy famosa la anécdota narrada por Ford al hablar del marqués de Santa Cruz, uno de los aristócratas y políticos más influyentes de la época, cuando cenaba con un embajador extranjero en Madrid, que "era gran aficionado y entusiasta del vino de Valdepeñas y se tomaba mucho trabajo para conseguirlo puro, enviando a buscarlo con personas de confianza y en barriles en condiciones".

"En cuanto el marqués se llevó la copa a los labios -continúa Ford- exclamó: ¡Magnífico vino!¿Cómo se las arregla usted para comprarlo en Madrid? Me lo envía -replicó el embajador- su administrador de usted en Valdepeñas y tendré mucho gusto en procurarle a usted un poco de él".

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