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Un brindis por Pascual Herrera

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Ha sido el maldito corazón. Ese corazón que no cabía en tu cuerpo de lo grande que lo tenías. Ese corazón de buena persona siempre entregado a los demás y, en especial, al mundo del vino: tu pasión. Nuestra pasión. Una pasión que hoy, más que nunca, me hace levantar la copa con un excelente Cigales dentro y brindar por ti mientras recuerdo tus sabias palabras en ese excelente libro de finales del siglo pasado titulado El Arte del Buen Beber.

Te has ido despacio, callado, sin algaradas, en silencio. Has dicho adiós en el calor de tu hogar vallisoletano y, desde allí, te trasladaron a tu última morada, sita en Burguillos (Toledo), el pueblito castellano-manchego que te vio nacer hace 71 años. Y es que tu vida de ingeniero agrónomo ha transcurrido siempre entre las dos Castillas, la que te vio nacer y Castilla y León, en la que has desarrollado toda tu labor profesional.

De tu trabajo en el mundo del vino podrían decirse miles de palabras, pero todas ellas llevan al mismo lugar. Amor al vino. Amor a ese néctar de la uva que tú habías convertido en tu profesión y en estandarte de tu vida. Dejaste huella, y bien profunda, en la Estación Enológica de Rueda a la que dedicaste gran parte de tu vida laboral. Y no digamos en la Presidencia de la Denominación de Origen Protegida Cigales, a la que has contribuido a poner en el mapa que, hasta ahora, la ignorancia le había negado. De hecho, estabas preparando con toda ilusión la celebración del 25 Aniversario de su puesta en marcha con la elaboración de un libro, tu otra gran pasión, la de escritor del vino.

Fue precisamente esa faceta la que te atrajo hasta nuestra Asociación Española de Periodistas y Escritores del Vino (AEPEV) donde, desde ya, tienes un lugar en la historia, en nuestra corta historia de apenas 30 años, escrita con letras de oro. Y es que a tu faceta de excelente ingeniero agrónomo y enólogo unías la de buen escritor, la de escritor ameno.

Has sido pionero en la celebración de grandes concursos como los Premios Zarcillo, que elevaste a la categoría de los mejores hasta que la crisis y los políticos lo redujeron casi a la irrelevancia. Ahora, junto a la infatigable Isabel Mijares, habías puesto en órbita los Premios Cinve, que cada año gozan de más prestigio y popularidad. La práctica totalidad de los grandes Concursos Internacionales han gozado hasta hoy de tu presencia como jurado y en ellos dejas un hueco imposible de rellenar.

Junto a ti, en las catas de la revista Enólogos, en las que siempre destacaste por tu ecuanimidad, honradez, seriedad, equilibrio y buen hacer, aprendí mucho de vino y sobre vino. Sé que no te gustaban las adulaciones y mucho menos que te considerara uno de mis grandes maestros. Pero lo fuiste y hoy, cuando tu recuerdo pesa mucho más que tu inerte presencia, quiero pregonarlo a los cuatro vientos. Y decirte que aquí queda tu ejemplo, en estas efímeras lágrimas que recuerdan las alegrías que nos producen las cepas tras su poda. Hasta siempre, maestro.

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