Saber más que tu jefe

El modelo de éxito alcanzado desde generaciones, el inmovilismo, la idea de que siempre hay que hacer las cosas igual y las peculiaridades que, por norma general, tienen los bodegueros no ayuda a la hora de que un profesional quiera trasladar sus conocimientos en su desempeño profesional o en una simple entrevista de trabajo.

Aunque creo que son incluso peores las limitaciones de algunos mandos intermedios, que resuelven sus lagunas a base de empellones.

En ocasiones me encuentro con bodegueros que tienen muy claro lo que quieren, por inverosímil o extraño que sea, ante los que no puedes razonar cuando ven el mínimo atisbo de que en alguna cuestión en concreto demuestras más aptitudes o experiencia que él, ante lo cual es mejor morderse los labios y estar calladito, por mucho que se te pasen ganan de decirle que va a bordo de un gran coche de lujo, pero que va siempre en primera y con parte del freno de mano echado.

Tratas de razonar con ellos y das siempre en hueso, no vaya a ser que tengan que ceder y cuestionarse algo que vienen haciendo desde hace décadas, como cuando no vendimiaba nadie hasta que no encerraban a la Virgen en las fiestas del pueblo, dejando de lado el equilibrio en el proceso de maduración de la uva.

Me estoy pensando incluso borrar muchos cursos o experiencia de mi CV, porque puede ser que reste más que sume. No deja de sorprenderme lo publicado por una usuaria de LinkedIn ha asegurado que recibe muchísimas más visitas a su perfil y tiene muchas más entrevistas de trabajo desde que ha puesto en el encabezamiento que es “psicópata”. Sin llevar eso al extremo, el prurito y el orgullo de ser la imagen visible de una bodega hace que no siempre se tengan en cuenta comentarios forjados a base de ver siempre lo mismo en muchos sitios.

Está muy bien eso de persuadir y convencer y todas esas infografías que vemos en Facebook sobre las ventajas de ser asertivo y demás, porque a lo que luego nos enfrentamos es a compañías y a trabajadores que lo primero que hacen es ponerse en guardia, “no vaya a ser que el último que ha venido empiece a cambiar las cosas”, con ese miedo innato que tenemos por asumir y enfrentarnos a los cambios.

Cuando alguien me dice que “eso siempre se ha hecho así”, al menos hasta ahora, siempre suelo decir que antes las cápsulas eran de plomo y aluminio y otros metales tóxicos, cuando ahora son aleaciones que no presentan ningún problema, como ejemplo de que hay que adaptarse a los cambios. Y en todo ese proceso de profesionalización, muchos grandes profesionales, una vez que el muchacho empezaba a andar de nuevo con aires renovados y con un buen lavado de cara, salían apresuradamente, no fuera a ser que se perpetuaran en un cargo que parecía destinado para alguien con el apellido que da nombre a la bodega.

Quizá es un error darse y mostrar todo lo que tenemos desde el primer momento, porque siempre hay que guardarse algo para cuando acabe la fase de enamoramiento en la que se entra cuando se contrata a un profesional y que suele coincidir, como en política, con sus 100 primeros días. Y porque hay empresarios que, como suele decirse coloquialmente, “se enamoran del primero que pasa” y ven mirlos blancos por doquier y que vierten piropos que nos hacen aventurar eso de que “ni antes era tan bueno, ni ahora tan malo”.

Y no digo yo que cambiemos radicalmente de personalidad, sino que tengamos algún as en la manga, a pesar de que, aquellos que somos muy transparentes, lo tengamos jodido, porque se nos acaba notando en el rostro el efecto de las incongruencias que escuchamos de nuestro interlocutor. Sólo que, como mecanismo de defensa, habrá que “nadar y guardar la ropa” y hacer como en el chiste en el que un infortunado se revive en el ataúd, mientras uno de los familiares sigue echando tierra, cavando y pisando el terreno al tiempo que dice eso de “calla, o es que vas a saber más que los médicos”.