Rarezas (V). Mi Kosher experiencia (b)
El vino Kosher es algo que hay que entender. Debe de estar puro, libre de gérmenes. Nadie puede tocar ese vino si no es el rabino, o alguien de su confianza. Los depósitos se cierran y se precintan para que nadie los pueda manipular.
Si no sabes lo que haces, puede ocurrir como en aquella primera experiencia desastrosa que viví. Incluso siendo una persona de confianza del rabino, como lo era Eric, la desgracia se puede presentar.
El día antes la tragedia ya se podía palpar en el ambiente. La noche era gélida, y el depósito de 45.000 litros tenía que ser pasteurizado. Para ello, se necesitaba calentarlo a casi 100ºC, solo así se podría estar seguro de que el depósito estaba desinfectado. El único medio para ello consistía en pasar el agua por un pequeño calentador diésel. Esa noche, en el ambiente el mercurio apenas subía. Y el depósito apenas se calentaba.
Hacía frío, mucho frío. Recuerdo ir andando por la bodega y encontrarme a Andrea intentando calentar ineficazmente aquel depósito. Andrea es un enólogo barbudo de La Toscana (el cual me confesó que se afeitó la barba para eludir problemas en la frontera). Después de un par de horas, volví a pasar por el mismo lugar. No solo estaba Andrea en aquel depósito, sino unos cuantos trabajadores que se habían acercado a calentarse. Tocar ese depósito templado en aquella gélida noche, era muy agradable.
Cerca del amanecer, pero aún de noche, llegó el rabino para comprobar si todo estaba correcto. Aunque más bien fue todo lo contrario. Según lo que le habían dicho, el depósito necesitaba estar ardiendo. Tenía que quemar. Solo de esa manera, podía él imaginarse que estaría cerca del objetivo de la desinfección. Pero no. El depósito estaba simplemente tibio, y ello le hacía arder de rabia. Era una tarea difícil. Y nosotros aún no estábamos acostumbrados a trabajar con vino kosher. Aún recuerdo a Andrea escondiendo la sonrisa, tratando de explicarle al rabino que sí, que al depósito le llegaba el agua ardiendo por arriba y que al caer el agua se templaba.
Nos hacía falta alguien de confianza del rabino. Alguien capaz de trabajar con nosotros, a quien pudiésemos entrenar.
Entonces apareció Eric, aquel tímido hombre de barba espesa que ayudaba al rabino, y que escondía sus tirabuzones bajo el gorro de invierno.
Él era la solución.
Arturo Blasco
Enólogo
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Licenciado en Enología.
Master en Dirección de Marketing y Ventas.
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