Por favor, dejemos de pensar en rosa, y pasemos al verde
Mientras unos se entretenían en hablar del color rosa del vino, se ha abierto un debate importante de gran calado en el sector: el balance del carbono
Diversos colectivos se han estado desgañitando en estas dos o tres últimas semanas, con el tema del “Rosado”. Incluso Mme. Lulling, la presidenta del Intergrupo Vinos del Parlamento Europeo convocó esta semana una reunión ad-hoc para hablar de las mezclas, una discusión que ya debía estar superada por la madurez que se nos supone a los productores de vino. Pero no es así y se ha visto que este era un asunto más que francés, de unos pocos de la Provenza, que piensan que en la prohibición de los coupages está la clave de su éxito comercial. Recordemos que ni siquiera hay definición para el etiquetado de vino tinto, o de vino blanco. Recordemos que la prohibición de mezclar vinos tintos y blancos venía de una OCM antigua: ni siquiera la anterior, sino de la antepenúltima, que de tan pretérita ni recuerdo el año, aunque si los números de los reglamentos 822 y 823. La razón era bien fácil de entender: había precios de intervención entre los vinos RI, RII, RIII, que eran tintos unos, y no-tintos los otros AI, AII, etc. Es decir, había una razón que prohibía la mezcla de tintos y blancos que dejó de existir hace tiempo (prohibición de la que España quedaba exceptuada en cada “paquete precios” en unos consejos de ministros de agricultura que siempre terminaban al alba). Así son las cosas. Por lo tanto hoy es una discusión estéril. Lo que ocurre y sorprende, es que algunos pretenden seguir teniendo privilegios a base de prohibiciones impuestas a los menos favorecidos. Esto se ha superado en los temas de etiquetado de variedad y añada, pero se han agarrado al tema del rosado para seguir conservando equivocadamente una prerrogativa de los ya ex – vcprds.
Sin embargo estas últimas semanas, mientras unos se entretenían en hablar del color rosa, se ha abierto un debate importante y de gran calado en el sector vitivinícola: el debate sobre el balance del carbono. Durante años se ha tenido un discurso de poco rigor sobre el valor medioambiental del viñedo, a base de declaraciones aproximadas. Ahora parece que tendremos que ver y medir exactamente cómo contribuimos a la emisión de gases de efecto invernadero. Y como siempre, nos llevan la delantera otros. Unos por intentar llevar el agua a su molino, y ahí tenemos a la distribución en países importadores, en sus intentos de tener una huella de carbono por producto, y es normal, por varios motivos, pero que siempre tienen que ver con las oportunidades de información y la sensibilidad de consumidor. Otros, los australianos, altamente sensibles a lo que el “retail” les pida, pero defendiéndose porque están lejos de su antigua metrópoli y se veían venir un nuevo proteccionismo a base de tasar la emisión de CO2 por el transporte de vino embotellado.
Tendremos pues que hacer los balances de carbono y pactar como se hace en la OIV. Y no vale sólo con decir que tenemos muchas superficies de viña que son grandes pantallas fotosintéticas porque estas viñas se podan, se hace vino que fermenta, y al final queda un poco de leña, es decir muy poco carbono fijado, y a no ser que alguno quiera hacer petróleo, carbón o turba con las vides, este ciclo del carbono se queda en nada. Pero – aunque se le llame el ciclo corto- contemos con ello, y veamos como aprovecharlo.
Luego están los tratamientos y los procesos industriales y el transporte… Unos importantes viticultores me comentaban que el vino ecológico que hacían era menos eco-sostenible, porque los tratamientos orgánicos eran menos eficaces, y tenían que hacer más pasadas de tractor, es decir más emisiones de CO2. Así las cosas parece que estamos ante problemas distintos: los viñedos orgánicos pueden ser menos eco-sostenibles. Pero si es así, lo raro es ver que Bruselas quiere restringir el eco-label a los productos ecológicos u orgánicos. Esto da para mucha discusión, como veremos.
Finalmente todo lo indirecto, y el consumo de electricidad. ¡Ojo que en España hace calor y gastamos mucho en refrigerar! Quién nos garantiza que la electricidad que gastamos es de un molino de viento, o de origen hidroeléctrico, que no contaminan o bien de una central térmica, -¡que esa sí que emite CO2 a todo meter!- Será cuestión de ir pidiendo que en la factura de la luz indiquen de qué origen nos viene la mezcla de electricidad que nos suministran.
Ah! y también hay que contar los viajes de los comerciales en sus coches (me comentan que Miguel Torres tiene la flota de coches híbridos para los empleados) ¿Y los podadores? ¿Y los vendimiadores? Pronto tendremos cuadrillas más eco-sostenibles que otras y manijeros que nos van a pedir un plus porque van todos apiñados en la misma furgoneta, o mejor en bicicleta. ¿Y el eno-turismo? ¿Vamos a medir el CO2 de los vuelos de los que nos visitan? – No eso no. Pero ¿y si los vendimiadores son japoneses como en Champagne? Ah! entonces sí, – ¡vaya por Dios!
Como puede verse esto requiere un protocolo, unas normas de atribución y unas fórmulas pactadas de cálculo, porque – como en toda contabilidad- se pueden cometer errores de apuntar dos veces lo mismo. Así estamos, en un tema en que vuelven a aparecer los fantasmas que pensábamos superados, como el intento de fomentar la exportación de graneles frente a la exportación de vinos embotellados y otros neoproteccionismos basados en el lema “compra lo cercano porque contamina menos” y así nos cargamos el comercio internacional.
Así que no hablemos tanto del rosado y empecemos a pensar en “verde” que las cosas van por otro camino.
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