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La marca España

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En las últimas semanas se ha vuelto a reactivar el debate sobre la creación de una marca “España” en vinos, una medida política que genera heridas y que reabre guerras anteriores, al mismo tiempo que plantea la necesidad de paliar la imagen indeterminada y de vinos a bajo precio que estamos cosechando en el mercado exterior en los últimos años.

Si a esto le sumamos la liberalización del viñedo o la sentencia del Supremo que limita a los Consejos Reguladores la exclusividad de marcas para si mismos –o al menos ha empezado a sentar jurisprudencia-, nos vemos envueltos en una maraña de frentes abiertos que nos hace replantearnos el sistema normativo tradicional del que siempre hemos presumido.

Como fondo, en términos generales no nos hemos puesto de acuerdo en promocionar una marca país, a pesar de que muchos consumidores no son capaces de situarnos en el mapamundi, e incluso, salvo escasas excepciones, a las propias denominaciones de origen les cuesta poner de acuerdo a sus bodegueros para realizar campañas conjuntas, que prefieren en invertir en promoción sus propias marcas. Además, tenemos más de 6.000 bodegas en España y más de 20.000 marcas, lo que dificulta las guerras por separado, frente a una decena de cerveceros, por ejemplo. No obstante, no son muchas, pero hay que ver el bien que nos hacen muchas de nuestras marcas principales de vinos en todo el mundo…

En una situación de incremento notable de exportaciones, lastrada por el precio medio y por el auxilio que venimos prestando en las dos últimas campañas en graneles a Italia y Francia para garantizar sus mercados y para vaciar nuestras cooperativas, surgen otras polémicas más, como la liberación del viñedo, que ahondan en la propia idiosincrasia de los países productores tradicionales –Francia, Italia y Portugal- frente a los denominados países del “Nuevo Mundo”. Por un lado, estamos orgullosos de pertenecer a un marco normativo estricto; y, por otro, anhelamos la “mano ancha” que tienen en la producción y en la elaboración australianos, sudafricanos, neozelandeses, etc.

Respecto a la marca España, todos recordaremos que se tuvo que dar marcha atrás, por imposiciones legales desde instituciones europeas a la indicación “Vino de la Tierra, Viñedos de España”, figura que contó con el firme rechazo de nuestra denominación de origen española, Rioja, de la Unión de Pageses y de Castilla y León. Siempre se ha dicho que las normas legales españolas se hacían siempre mirando a Rioja, que, por otro lado, es nuestra principal marca en el exterior. Se quería hacer algo parecido a los “Vins du pays” de Francia, pero se encontró con un rechazo frontal de aquellos a los que les ha ido bien en su prospección exterior.

Lo que sí está claro es que, al margen de los problemas legales, no es apropiado que bajo un paraguas que contenía la marca España se quisiera dar valor a vinos que pretendían estar un ligero escalón por encima de los vinos de mesa. Por lo anterior, hemos visto cómo han nacido otras indicaciones y, por ejemplo, en términos de imagen, en muchas bodegas ya se ha dejado de hablar de vino de mesa para hacerlo de “vino sin indicación geográfica”, que es algo así como no tener ni padre ni madre. Y además, una denominación de origen recibe ahora el apelativo de “Protegida”, lo que nos lleva a preguntarnos si es que antes no estaban protegidas.

Con varios de los puntos anteriores, que no son nada nuevos, estamos en un ambiente algo convulso, donde también hemos visto en las últimas semanas como el Tribunal Supremo fallaba en contra del reglamento de la DO Penedés, que imponía la exclusividad de la marca para esta indicación de calidad. “Las marcas son de los bodegueros”, claman muchos de ellos. Pero es que las leyes no son las mismas en las diferentes Comunidades Autónomas y, por ejemplo, en Castilla y León, si que se permite que una marca de Rueda se comercialice también con el marchamo de Ribera del Duero o viceversa, siempre que sean vinos con denominación de origen. De esta forma, muchos bodegueros están mirando a la ventana, pero aún no se atreven a salir a la calle con su carpeta de marcas bajo el brazo.

Con todo lo anterior, alguien debería caer en la cuenta de que la campaña de promoción genérica para fomentar el consumo moderado de vino en España que se iba a lanzar desde la Federación Española del Vino (FEV), cuyo presidente, Félix Solís, siempre ha defendido una marca España, la liberalización del viñedo y la libertad en el uso de las marcas, aún no se ha desarrollado por la falta del apoyo comunitario en un proyecto transnacional.

En este punto hablamos en condicional, porque íbamos a contar con alguno de nuestros principales deportistas españoles de fama mundial como Rafa Nadal, Andrés Iniesta, Jorge Lorenzo, etc.; o con alguno de nuestros mejores cocineros, como Sergi Arola, José Andrés o Ferrán Adriá, entre otros. Ojalá y un día esto deje de ser el “uroboros” que decían los griegos o “la pescadilla que se muerde la cola”, que decimos los españoles, y a nuestros famosos no se les caigan los anillos por mostrarse en pantalla con una buena copa de vino o comiendo tapas, que es otro reclamo que habría que explotar. Claro que si mi abuela tuviera barba, no sería mi abuela, sería mi abuelo.

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