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La crisis económica no debe frenar la creatividad y la competitividad

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Aunque las exportaciones están salvando al sector del vino y, por mucho que se quejen algunos responsables, no es lo mismo vender 14 millones de hectolitros que más de 22 millones, lo cierto es que muchas bodegas, al socaire de la crisis económica, e

De un tiempo a esta parte, muchos enólogos dejaron de ser los estudiosos del campo y la enología para convertirse en gerentes, relaciones públicas, contables, chicos de los recados y conserjes con el consiguiente perjuicio para su quehacer diario.

Las reuniones de enólogos en las que se catan vinos internacionales, competidores directos en los mercados de tu producto, han quedado prácticamente reducidas a la nada y su presencia en seminarios y simposios, si es que todavía queda alguno, es meramente anecdótica. Todos estos hechos repercuten considerablemente en su formación continua, en el conocimiento fehaciente del mercado y, sobre todo, en la confrontación de ideas que es donde más se aprende.

Sé, al igual que ocurre en política, que resulta difícil pedir a las empresas que cuelguen la motosierra, ya que los tiempos no están para alegrías, pero sí es momento, al menos, para reflexionar y tener claro hacia dónde debe ir la empresa y hasta dónde merece la pena recortar.

Países como Chile, Australia, Sudáfrica o Argentina se muestran fuertes en los mercados exteriores, tanto por calidad como por precio e imagen de sus vinos. Las empresas españolas tienen la responsabilidad de saber cómo trabajan sus competidores, qué elaboran, dónde y por qué tienen éxito y cómo se puede contrarrestar.

Lograr tener una información de primera mano de todos y cada uno de los momentos de la producción es crucial para triunfar y, sobre todo, para abrir nuevos nichos de mercado, que haberlos, haylos. Pero esa labor requiere paciencia e inversión, requiere un conocimiento del que deben dotarse, en primer lugar, los responsables del viñedo y de la elaboración.

En estos momentos tan difíciles y complejos sólo las empresas transnacionales de soluciones enológicas y alguna de las estaciones enológicas regionales, como las de Rueda o Tomelloso, por poner dos ejemplos, cumplen fielmente esa función. Pero no es suficiente. La iniciativa privada, el asociacionismo o las fundaciones dedicadas a la promoción tienen la obligación de trabajar en ese frente, ya que es mucho lo que nos jugamos.

España debe asumir un papel de liderazgo en el mercado exterior y plantar cara a los talibanes de la Unión Europea y de la Organización Mundial de la Salud (OMS) en el mercado interno si aspiramos a que el vino ocupe un lugar importante en nuestras vidas. La primera de las aspiraciones tiene visos de realidad y presente, la segunda, sólo de anhelo, aunque habrá que luchar por ella si creemos que merece la pena. En ambos casos, la creación de un lobby privado que defienda al sector se hace más necesaria que nunca. España no merece que los deberes nos los hagan otros de forma interesada. Y jugamos en pie de igualdad o rompemos la baraja.

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