Estridencias y ‘vinazos’

En épocas de vinos azules, botellas con oro de no sé cuántos quilates, vinos criados en el fondo del mar, nombres llamativos y/o malsonantes y otra serie de extravagancias,

olvidamos en ocasiones que tomar vino debe ser algo normal, sin caer en parafernalias que no conducen a nada y que distorsionan la tenue imagen de aquellos que, paulatinamente, quieren asomarse a la insondable Cultura del Vino.

Con muchas cosas de estas, lo que terminamos haciendo es que nuestros jóvenes -siempre con moderación y con la edad legal para beber-, cuando quedan en la casa de una amigo no duden en llevar un pack de cervezas, no vaya a ser que cualquiera se ponga a criticar por qué llevo un vino y no otro o por qué de una zona y no de otra. Esa sofisticación, alimentada a golpe de imágenes en la que los “entendidos” exhiben poses imposibles con un vino convive con todos aquellos que se las quieren de dar de que saben y recurren a la palabra “caldo”, adoptada por muchos pseudo-expertos o por periodistas en el ánimo de no repetir demasiadas veces la palabra vino, sin caer en la cuenta de que pueden hacer incluso giros poéticos para referirse a nuestro “líquido elemento”. Así, podemos hablar de la “bebida báquica”, del “néctar de los Dioses”…

Pero si muchos estamos hartos de la palabra “Caldo” -del latín caldus, que es caliente y que debería reducirse a los de Gallina Blanca y de otras marcas-, algo que ha provocado un movimiento en redes sociales denominado “stop a la sinonimia entre vino y caldo”, a mí, particularmente, me retumban los oídos cuando oigo hablar de que un gran vino es un “vinazo”, porque, entre otras cosas, en su primera acepción, “vinazo” es un aumentativo de vino despectivo que significa, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española, “vino muy fuerte y espeso”.

Tampoco ayuda que las “vinazas”, también según la RAE, sea “una especie de vino que se saca a lo último, de los posos y de las heces del vino”. Eso mismo que nuestros mayores sacaban de las tinajas con calabazones recubiertos de material en esas épocas en las que se aprovechaba todo, incluso el último líquido de los chilancos donde se almacenaba el orujo y que se hacía subir mediante una cadena con cierta cadencia a motor.

Así que o la costumbre es generalizada de calificar un gran vino como un “vinazo” para que la Real Academia de la Lengua “regularice” las acepciones de significado de las que he hablado o pensemos un momento si realmente estamos hablando con propiedad. De la misma forma que cuando hablemos de un vino hay que hacerlo con conceptos que no sean abstractos y que todos tengamos una referencia en la naturaleza, ya estemos hablando de un color o de un “recuerdo a”. Y lo último para que no nos pase como ese “experto” que en una videocata se puso a hablar de recuerdos a “segmentos”, “líneas” o no sé qué…

Eso, que nos pongamos de acuerdo a la hora de hablar y que los científicos se pongan también de acuerdo a la hora de hablar de los beneficios palpables que puede tener el vino en nuestra salud, siempre tomándolo con moderación, sin duda ayudaría a dejar la puerta un poco entornada de aquellos que quieren acercarse al vino, porque no se lo estamos poniendo nada fácil.

Y ya sabéis aquellos que de una forma o de otra hablan o tienen que hablar del vino. Que lo hagan con mesura y sin estridencias. No vaya a ser que nos “pongan a caldo” o nos den a degustar “vinazas”, en lugar de un “vaso de buen vino”.