España en la encrucijada: Hay que primar las marcas más prestigiadas

¿Qué modelo es el idóneo para conseguir que los vinos españoles suban en el exterior su prestigio y cotización? ¿Es compatible vender grandes marcas, la mayoría de ellas amparadas en importantes denominaciones de origen, con vinos a granel?
¿Puede conseguir España, como aventuran algunos, cambiar sus ventas exteriores hacia vinos de mayor valor añadido en la misma proporción en que lo hizo Italia en solo 15 años? ¿Son efectivas las ayudas a la promoción en países terceros cuando se denigra el vino, en su conjunto, en el mercado interior?
Las respuestas no son nada fáciles, pero, aunque las comparaciones sean casi siempre odiosas, hay un camino en el que fijarse para ir hacia adelante. Y curiosamente es un camino tremendamente ligado al mundo del vino: la gastronomía. Durante decenas de años hemos reivindicado la gran cocina española, con dos escuelas claramente posicionadas: la vasco-navarra y la catalana. Pero la cocina española no ha despegado hasta que un visionario como Ferrán Adriá demostró al mundo que es posible buscar una alternativa clara a la tradicional cocina francesa que había impregnado todos los rincones del globo en una sinfonía monocorde donde la mantequilla jugaba, y aún juega, un papel predominante.
A Ferrán Adriá le han seguido otros como los hermanos Roca, actualmente en la cresta de la ola, Quique Dacosta o Ricard Camarena, por nombrar algunos, más en la línea de innovación y sorpresa; pero también otros de una escuela que bebe en otras fuentes como Andoni Luis Aduriz, Juan Mari Arzak o el desaparecido Santi Santamaría. Todos ellos y alguno más han conformado una base sobre la que se sustenta el milagro de la cocina española, basado en la diversidad de nuestra materia prima y en el aceite de oliva virgen extra como estandarte.
Y todos ellos, gracias a su incansable trabajo y a su buen nombre, han conseguido elevar la cocina española a la categoría de arte. Este hecho ha permitido que un 15% de los turistas que vienen a España, cerca de diez millones, confiesen que su principal objetivo es gastronómico. La mayoría, claro está, no dispone de los suficientes medios económicos para moverse a diario entre los restaurantes de alto postín. Muchos, a Dios gracias, prefieren las comidas típicas y populares de las zonas que visitan en bares, tabernas o, incluso, chiringuitos.
El vino, que discurre de forma paralela a la gastronomía, debe aprovechar la buena estrella de la cocina española para subirse al carro. Para ello es imprescindible que las marcas más señeras de nuestros vinos sean más visibles por parte de las respectivas DOP y de las Comunidades Autónomas, a la par de que se utilice la marca España como símbolo de calidad. Este discurso ayudará a vender mejor tanto esas marcas como las demás, tanto el envasado como el granel. Esa es la política que han llevado a cabo países como Australia, Chile, Nueva Zelanda o Francia. Y a todos les va bien en todos los segmentos. No descuidar la calidad, trabajar seriamente en el mercado interior con una clara orientación hacia nuestros turistas y terminar de creernos que somos capaces, tan capaces como otros países, de hacerlo bien es seguro sinónimo de éxito en un futuro cercano.
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José Luis Murcia
Periodista. Miembro de AEPEV-FIJEV.
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Periodista. Miembro de AEPEV y FIJEV
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