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El sector vitícola tiene desazón

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La frase, pronunciada por la flamante consejera de Agricultura y Medio Ambiente de Castilla-La Mancha, María Luisa Soriano, no se refiere sólo al sector de la viticultura sino al mundo rural, en general, y a la agricultura, en particular, de esta Com

Soriano tiene toda la razón. Los viticultores castellanomanchegos tienen desazón y la tienen porque ven que las más de 600.000 hectáreas de viñedos que poblaban hace poco esta región merman cada año y se sitúan ahora más cerca del medio millón. Habrá quien diga, sobre todo algunos especialistas macroeconómicos que años ha sustituyeron su corazón por una calculadora, que las hectáreas que han desaparecido eran escasamente productivas y aportaban poco al Producto Interior Bruto (PIB) regional. Y dicen verdad. Pero callan, por el contrario, que en muchos pueblos el viñedo es la única masa forestal existente, que con argumentos productivistas se han arrancado miles de hectáreas de garnachas centenarias y de bobales muy viejas, que podrían haber sido el néctar de vinos excepcionales, como lo son en Aragón o Priorato por poner dos ejemplos. Y que, por encima de todo, se ha arramblado con un patrimonio que forma parte del ser y sentir de cada castellanomanchego.

No le arriendo las ganancias a la nueva consejera. Esta semana, con la presencia de la nueva presidenta de la Comunidad Autónoma, María Dolores de Cospedal, ha tomado posesión de un cargo que, de manera ejemplar, le ha entregado simbólicamente su antecesor José Luis Martínez Guijarro, ahora portavoz socialista en las Cortes de Toledo, quien le ha ofrecido su colaboración, mano tendida que Soriano ha aceptado. Pero la realidad es muy terca y el campo, en general, y la viticultura, en particular, padecen algo más que desazón. Padecen aburrimiento de promesas incumplidas desde tiempos inmemoriales, marginación y carencia de servicios frente a los núcleos urbanos y, por encima de todo, falta de cariño, falta de comprensión y reconocimiento social del papel que juegan todos aquellos que día a día contribuyen con su trabajo, con su duro y penoso trabajo al aire y al sol, a darnos de comer.

La viticultura es mucho más que un trabajo manual poco cualificado como piensan algunos indocumentados. Cuidar las viñas es un arte, es más del 70% del trabajo del vino. Ilustres enólogos reiteran que la mayor parte del vino se hace en la viña y que sus manos profesionales, a caballo entre la alquimia y la tradición, pueden aportar hasta ese 30% restante. Pero sin una buena viña, no hay buen vino. Dice Miguel Ángel de Gregorio, prestigioso enólogo riojano nacido en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), que la diferencia entre un buen vino y un gran vino son los matices. Matices, que no existirían si las sabias manos del viticultor no hicieran llegar con su impagable trabajo los mejor de sus vides hasta el lagar.

Sin embargo, hay motivos para la esperanza. España ha aumentado considerablemente sus exportaciones durante el primer trimestre del año y Castilla-La Mancha, más. Tanto el vino a granel como el vino embotellado, en un reparto al 50%, conquistan nuevas cotas de mercado. ¡Ay si los talibanes comunitarios nos dejaran trabajar para conseguir también incrementar el consumo interior! Arremángate, María Luisa, que falta te va hacer, pero no olvides que un hombre de esta tierra, inmortal aunque de ficción, ya luchó contra los gigantes…aunque luego fueran molinos.

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