Celebrities (II). Hoy Charlie Arturaola, el pistoletazo de salida (b)
Charlie llegó a España en 1981, seis meses antes del Mundial de Naranjito. Su tarea fue la de organizar las acreditaciones de radios de Uruguay y Argentina. Él era un desconocido en Madrid; nadie dentro del mundo del vino sabía quién era él. Y él tampoco sabía muy bien qué era el vino.
Se pasó unos cuantos meses recorriendo los estadios del mundial. Durante ese tiempo, sus casas fueron los estadios de Mestalla, Bernabéu, Calderón, Nou Camp, Rico Pérez. Y como lugar de operaciones, aquel recién inaugurado Pirulí de Madrid.
Después del Mundial, allá por el mes de noviembre de 1982, vio catar por televisión a dos andaluces. ¡A saber quiénes eran ellos! Pero aquellas personas hablaron de las cualidades de los vinos de Jerez. Cataron a ciegas. En ese momento el virus del vino se inoculó por sus venas, se le encendió la chispa que ya nunca se apagaría. Quería empezar a hacer algo con el vino.
Comenzó por visitar viñedos entre Montpellier, Cataluña y el Véneto italiano. Poco después dio la vuelta al mundo sirviendo vinos de guante blanco.
Empezó a trabajar entre Santo Domingo y San Juan de Puerto Rico. Allí tuvo un gran maestro, Juan Carlos de Rivera y Gil, un palentino a quien le gustaba el Pesquera, el cual pusieron de moda en el Caribe allá en los años 80. Estando en el restaurante Juan Carlos, en aquella meca de la cocina castellana, le fueron a ofrecer trabajo como director de sala de cruceros. Eso significaba ganar tres o cuatro veces más de lo que en aquel momento cobraba. Y además iba a viajar. Iba a viajar mucho.
Sus primeras rutas fueron de Puerto Rico a Rusia, también de Canadá a Egipto. Después de un tiempo hizo una parada para irse al golfo Pérsico, en plena guerra. Esa que Bush padre orquestó. Allí pasó un año en el departamento de alimentos del comando central del ejército yanqui. Después, a finales del 1991, se fue a vivir a Florida, con su particular colección de vivencias y de vinos bebidos.
Charlie ya no quería dedicarse a la gastronomía. Había llenado dos pasaportes y había navegado por los siete mares. Ya era hora de un cambio. Pero cuando el virus del vino se te mete dentro, te conviertes en un zombi en busca de más vivencias enológicas. Y además, buscas contagiar a otras personas, cuantas más mejor.
Y el cambio llegó porque la revista Wine Spectator en 1997 dijo que su carta de vinos era una de las top de EEUU. Se fue a trabajar con el grupo Myrias, un grupo que pertenece a Robert de Niro. Los inversores de aquel proyecto fueron Sean Penn y Francis F. Coppola, entre otros. Y como jefes de restauración los top chef del momento en América: Drew Nieporent y Michael Bonadies.
Su carrera estaba lanzada.
Menos mal que no sabía nada de vino unos años antes.
Arturo Blasco
Enólogo
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Licenciado en Enología.
Master en Dirección de Marketing y Ventas.
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