Cambio climático: realidades, negocio y tonterías variadas

La preocupación real de los problemas medioambientales es el caballo de batalla real de los empresarios vitivinícolas

Parece claro que la temperatura media del planeta está subiendo poco a poco, aunque es cierto que esto se produce más en unas regiones que en otras y no hay forma de que los científicos se pongan de acuerdo sobre el número de años que tardará el clima desértico en apoderarse de España. Pero mientras el primo de Mariano Rajoy y el gran experto en la materia Al Gore acercan posiciones, el dirigente del Partido Popular se dedica a meter la pata y el aspirante a presidente de los Estados Unidos (aunque la mayoría de los perdedores en las elecciones se quedan en el camino del anonimato, otros aprovechan para sacar tajada con sus conferencias) a estirar la mano para cobrar.

Investigadores como Juan Francisco Cacho, de la Universidad de Zaragoza, piensan que España tendrá una progresiva desertización que incidirá de manera decisiva en el viñedo, hecho que hace pensar a muchos bodegueros en aumentar la altitud de sus explotaciones o incluso en comprar terrenos en otros países menos cálidos.

Es posible que Cacho tenga razón, aunque no parece que la tengan aquellos que aseguran que Inglaterra cultiva hoy viñedo gracias al cambio climático, a no ser que en la época de la ocupación romana, cuando el sur del país estaba plagado de vides, con una concentración de entre 12.000 y 14.000 plantas por hectárea, se produjera otro cambio climático como consecuencia del transporte aéreo de las botellas que volaban a Roma.

Sin embargo, la preocupación real de los problemas medioambientales, que tienen como origen la emisión de CO₂ a la atmósfera, es el caballo de batalla real de los empresarios vitivinícolas y es ahí donde la Federación Española del Vino (FEV), que agrupa al 70% de las bodegas españolas, está dando la batalla, tanto desde sus Secretaría General, con Pau Roca a la cabeza, como desde el bodeguero y enólogo encargado de estudiar el asunto, Fernando Chivite. Ambos coinciden en que España debe trabajar en el seno de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) para intentar minimizar las emisiones de CO₂ que producen, entre otros, el transporte y la fabricación de botellas.

Científicos muy serios como Manuel Toharia aseguran que el cambio climático es una constante en la historia de la tierra y que predicciones como las de Gore de si no se pone remedio en diez años el mundo se irá al garete (¿y si se hace en once años?) no hacen sino incrementar la sarta de tonterías que auguran muchos de los que viven muy bien gracias a sus ingresos millonarios como consecuencia de anunciar catástrofes, entre ellos algún dirigente ecologista que heredará fortuna familiar proveniente de la venta de hidrocarburos, principales causantes del calentamiento global.

Como dice Toharia, la única certeza de futuro es que los ricos continuarán siéndolo y que buena parte de la humanidad seguirá jugándose la vida en pateras para llegar a Eldorado que nunca existió. Mientras tanto, habrá que poner coto a las emisiones de CO₂ mediante la disminución de vuelos en lugares que disten menos de 500 kilómetros; estudiar si es posible embotellar el vino en destino y promocionar el transporte marítimo frente al aéreo y si podemos poner coto a los pedos de las vacas mediante dietas más vegetarianas.

Pero el mundo del vino, ocurra lo que ocurra, no puede ser ajeno a colaborar en el mantenimiento del medio ambiente mediante el fomento de energías renovables, sería deseable que con apoyo de las distintas Administraciones, acciones conjuntas con industrias auxiliares como los fabricantes de botellas y tapones y con la distribución, que en definitiva es la que recibe una mercancía que contamina y mucho como consecuencia de su transporte.

José Luis Murcia

Periodista. Miembro de AEPEV y  FIJEV