La Semana Santa y la última cena, pero a la española

Llega la Semana Santa y, a parte de tomarnos unos días de vacaciones, que no vienen mal, cargamos nuestra agenda de procesiones para conmemorar la pasión de Cristo y, también, porque son muy nuestras.

Una de las cosas con las que yo personalmente disfruto estos días, es con los dulces de pascua, eso sí, acompañados de un buen vino.

¿Qué me decís de las torrijas, no aptas para dietas, pero ricas «a rabiar»?.  ¿Os gustan más de vino o de leche?; bueno, que cada uno  elija la suya. A mi me gustan las dos, y si me las como con una copa de Ariyanas, naturalmente dulce,  todavía más. En el caso de que estéis en Málaga, unos borrachuelos aderezados con una copa de Mountain blanco, de Telmo Rodríguez, tampoco es mala idea.

Ninguno de los dos hubiesen estado mal como postre de la última cena de Jesús, ¿verdad?. Hablando sobre eso, al parecer la comida y la bebida de ese día no fue en ese sentido. Algunas fuentes dicen que los 12 Apóstoles disfrutaron de cordero asado con hierbas aromáticas, y también amargas. No preguntéis por las segundas, quizá fuese algo parecido a la rúcula. Otras lecturas comentan que en la mesa también había pescado, dátiles y puré de algo parecido a los guisantes. Hay muchas más conjeturas, pero en lo que todo el mundo coincide es en que había pan sin levadura y vino, este último de una antepasada de la uva syrah. Entre nosotros, debía ser bastante más durillo que ahora.

Imaginad, que esta cena hubiese sido en España. Se dice que los íberos elaboraban jamones y embutidos, aunque cualquiera sabe, que Google tiene sus cosas. Pero, gracias a los descubrimientos arqueológicos, sabemos que cocinaban.

Imaginaos la última cena a la española, basada en productos y platos que existían en la Península Ibérica, antes del siglo I.

De entrante y para compartir: embutidos, espárragos y pescado en salazón, acompañados de una copa de hidromiel, o una caelia  (la bebida por excelencia de los celtíberos, algo parecido a la cerveza). De segundo: Ollada de carnes y verduras, acompañada de una jarra de vino de  las uvas antepasadas de la moscatel, quizá algo dulce para el plato, pero es lo que había. Y de postre, frutas a elegir, higos o frambuesas. ¡Ah!, que no se me olvide, también pan y mantequilla, que ya se elaboraba por estas tierras. Yo no lo veo tan mal, aunque lo del vino no me queda tan claro.

Como la imaginación es libre, y estos días me salto el régimen, esta sería mi versión actual «remasterizada», utilizando  platos típicos para esta celebración. Lo primero, cambiaría de cena a comida, para no tener una noche muy pesada. Empezaría con unas tapas de potaje de vigilia, otras de patatas a la importancia y unas cuñas de hornazo para compartir, todo ello acompañado de unas copitas de Arroyuelo en rama de Primitivo Collantes;  seguiría con un buen plato de bacalao al pil pil, acompañado de una botella de  Blanca Cusiné, de Parés Baltá; y terminaría con un surtido de pestiños, bartolillos y buñuelos de viento, con una copa de Alta Alella DOLÇ DE NEU. Y si algún Apostol  quisiera cambiar el segundo por unos buñuelos de bacalao, o añadir unas sopas de ajo de primero, tampoco pasaría nada. Ni tan mal. Semana Santa

Ahora nos queda a nosotros elegir nuestro propio «menú» de Semana Santa. Por mi parte, quiero que tenga un poco de descanso, algo de gastronomía, muchas alegrías, un poco de vino y alguna que otra procesión.

Ya sabéis, a disfrutar de estos días. Semana Santa

María Giménez

Directora de La Gaceta del Vino