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La reinvención del vino: Cómo la sostenibilidad y la cultura redibujan el mercado global

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Mientras los viñedos del hemisferio norte se visten de ocres y dorados, la industria vitivinícola mundial se enfrenta a una transformación sin precedentes. En Dijon, corazón histórico de la Borgoña, 150 expertos de 51 países han debatido durante el primer Foro SCOPE de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV) sobre los desafíos de un sector que navega entre la tradición milenaria y la urgencia de la modernización.

La cifra es elocuente: el 75% del vino producido viaja más allá de las fronteras de su país de origen. Esta estadística, lejos de ser un simple dato comercial, revela una profunda evolución cultural. El consumidor contemporáneo ha desarrollado una paleta globalizada, pero también exige transparencia, autenticidad y compromiso ambiental.

«Estamos ante una paradoja fascinante», señalaba durante el foro un experto en mercados emergentes. «Mientras en Europa tradicional se valora el terruño y la herencia histórica, en Asia y América crece la demanda de vinos con narrativas sostenibles y etiquetas limpias. El éxito comercial ya no depende solo de la calidad en copa, sino de la historia que cuenta cada botella».

El consenso sobre la necesidad de sostenibilidad choca con una realidad fragmentada. Los participantes identificaron más de 200 certificaciones ecológicas diferentes en el mercado global, creando una «torre de Babel» regulatoria que confunde al consumidor y encarece los costes para los productores.

La innovación, sin embargo, llega para resolver estas contradicciones. Proyectos piloto en Portugal y California están implementando blockchain para rastrear cada etapa del proceso productivo, permitiendo al consumidor final escanear un código y conocer no solo la variedad de uva, sino también su huella hídrica, el tratamiento fitosanitario recibido o los kilómetros recorridos.

Si la guerra arancelaria entre Canadá y Estados Unidos demostró la vulnerabilidad de los flujos comerciales tradicionales, el foro SCOPE profundizó en barreras menos visibles pero igualmente determinantes. Las «medidas no arancelarias» (desde etiquetado nutricional obligatorio hasta requisitos de embalaje específicos) se han multiplicado un 34% en la última década según datos de la OMC.

«La armonización regulatoria es el gran desafío pendiente», apuntó un representante de la Organización Mundial del Comercio. «Mientras la UE debate el etiquetado Nutri-Score, países como Chile implementan advertencias sanitarias y Estados Unidos mantiene requisitos aduaneros complejos. Cada mercado exige una estrategia diferente».

Frente a la estandarización, la cultura emerge como el antídoto y la oportunidad. La OIV explora vías para que la UNESCO reconozca el paisaje vitivinícola como patrimonio inmaterial de la humanidad, una iniciativa que ya tiene precedentes en regiones como Priorat (España) o el Valle del Loira (Francia).

Pero la cultura del vino también se redefine. Las nuevas generaciones consumen menos pero mejor, valoran la experiencia sobre la propiedad y buscan conexiones auténticas. Bodegas de Sudáfrica están combinando enoturismo con conservación medioambiental, mientras que emprendedores en Australia desarrollan aplicaciones que vinculan maridajes con música y arte.

El informe final del foro SCOPE apunta hacia un futuro poliédrico: vinos de calidad accesible para mercados masivos, junto a ediciones ultra-premium con precios que rivalizan con las bellas artes; innovación en formatos como latas y bag-in-box para consumo casual, mientras crece el coleccionismo de botellas icónicas.

La verdadera revolución, sin embargo, podría estar en cómo la industria aborde su relación con el cambio climático. Proyectos de viticultura regenerativa en Argentina, recuperación de variedades ancestrales en Georgia y técnicas de vinificación de bajo impacto en Alemania señalan el camino hacia una nueva identidad para el vino: milenario en esencia, pero urgentemente contemporáneo en su práctica.

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