Rarezas (VII). Mi experiencia Kosher (d)
En marzo de 2013 llegué a la bodega en donde ya había trabajado otras veces. Esta vez tenía que hacerme cargo de todas las operaciones en el turno de noche. No podía fallar.
Se trataba de una bodega en donde se procesaron 9 millones de kilos de uva. Si yo fallaba, el engranaje de la vendimia iba a ser una espiral desastrosa para el buen funcionamiento de la bodega.
Entre otras tareas debía coordinar con Eric la recepción de su vino Kosher. Con el paso de las vendimias, esto no era lo mismo que antes. Se había ganado en organización. Se había entendido que no era un vino igual a los demás, sino que se necesitaban otros requisitos. Obviamente, el precio final no iba a ser el mismo que el de un vino corriente.
Un par de días antes de la recepción Eric iba organizando su tarea. Se preocupaba en limpiar y desinfectar concienzudamente todo el equipo que iba a estar involucrado en la tarea. Desde la máquina vendimiadora, hasta la última válvula de depósito, pasando por prensa, despailladora y demás maquinaria.
Mientras tanto, la vendimia seguía su frenético ritmo.
En esa bodega teníamos 8 prensas, las cuales solían trabajar 24 horas sin descanso. En cuanto se descargaban, se limpiaban y se volvían a cargar. En el caso del Kosher, eso no era suficiente. El día de antes se inutilizó una de las prensas para poderle sacar incluso los filtros interiores. Recuerdo que una pareja de chilenos que trabajaban de manera temporal en la bodega se pasaron unas diez horas con la prensa. Asegurándose de que no había ni una sola pepita metida en ningún pliegue. Todo un trabajo de chinos.
Presté con especial atención las necesidades de Eric. Sabía que era preciso ayudarle. Entre otras cosas, el día que él recibía su uva trabajaría posiblemente 24 horas seguidas. Ese era su trabajo.
Ya casi todo estaba listo. Pero surgió un problema.
La tubería.
Arturo Blasco
Enólogo
|
Licenciado en Enología.
Master en Dirección de Marketing y Ventas.
Suscribirse
Reciba nuestras noticias en su email