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Moriles: Singularidad como bandera

Las 400 hectáreas de tierras albarizas que circundan Moriles, parte de ellas en los Altos, encierran varios misterios, entre ellos el origen de la uva pedro ximénez, que conforma la identidad de la denominación y que, autores como González Gordón en 1948, asocian a las tierras del Rhin, donde aseguran está emparentada con la elbring o weisselbe.
Lo cierto es que la mayoría de los ampelógrafos actuales se inclinan a pensar que su origen está lejos de los valles del Rhin y más cerca de las vides de carácter mediterráneo, y que pudo recalar en España, vía Canarias, como puerto intermedio con las Américas.

Sea como fuere, esta variedad, de la que apenas quedan en España 5.000 hectáreas, 4.000 de ellas en el área de Montilla-Moriles, es capaz de ofrecer grandes vinos que el Nobel de Literatura Camilo José Cela, en su visita a Moriles, definió como “suave, transparente, aromático y rubio, sabroso y de buen beber”.
Pese a que la rentabilidad del olivar de producción intensiva le ha hecho retroceder de forma alarmante en los últimos años, más de 350 familias, muchas de ellas en régimen de minifundio, cultivan la tierra, miran al cielo y maldicen el mildiu que este año ha hecho temblar la economía vitivinícola del municipio.
Como la mayoría de los parajes vinícolas del mundo con personalidad propia, Moriles tiene también sus peculiaridades, unas peculiaridades que producen un vino único e irrepetible en unos suelos de carbonato cálcico y gran ondulación, de color mucho más blanco que los de sus hermanos montillanos.

Moriles se jacta de tener abiertas las puertas de diez bodegas vinculadas a la Denominación de Origen Montilla-Moriles con una proyección más que interesante. Lagar de Santa Magdalena es una de las bodegas que han recuperado la tradición de elaboración de vinos con unos magníficos antecedentes donde lograron que su calidad brillara en diferentes lugares del globo como Nueva York, donde ya eran santo y seña en los años 30.
Sus actuales gestores, herederos de ese buen hacer, apuestan por el cultivo ecológico, la diversidad de estilos y el enoturismo concertado y selectivo.

Bodegas El Monte, vigía de Moriles Alto, desde donde gobierna 28 hectáreas de excelente viñedo, data de principios del pasado siglo cuando Juan Ramón López puso en marcha este atractivo proyecto que cuenta con más de 1.200 botas de roble americano y vinos consolidados como el Fino Cebolla o el PX San Ramón.
Historia, eso sí, tiene el Lagar de Casablanca, cuyas primeras elaboraciones se pierden en la noche de los tiempos de hace 400 años, con unos vinos que nunca dejaron de tener, con ese nombre, su presencia en tierras cordobesas.

Bodegas Doblas, que data de 1984, se ha consolidado como una de las bodegas de referencia de la Denominación con sus vinos tinaja, en rama, fino, amontillado o PX. Su fama y buen hacer le acreditan como una de las empresas de mayor pujanza, con Curri Doblas y su mujer como impulsores.
Lagar Los Gabrieles es el resultado del trabajo de cuatro generaciones desde 1848 con sus finos, amontillados y PX. Lagar Los Raigones, que data de 1954, se ha hecho un hueco importante entre los vinos morilenses gracias a sus vinos en rama, mientras Lagar de los Frailes, con 11 hectáreas de viñedo, data de 1981 con la compra de la finca por parte de Jesús Pérez Cisneros, una hacienda que en el pasado estuvo vinculada a la Iglesia. Bodegas San Pablo es el proyecto personal, a principios del siglo pasado, de Jesús Chacón Pineda. Hoy son sus nietos Antonio Miguel y Paco quienes tiran del carro de un proyecto arraigado en la zona y con oferta dentro del casco urbano gracias a sus finos y amontillados.

Cierran el capítulo de vinos las dos cooperativas del pueblo, ambas en permanente evolución. La cooperativa San Jerónimo nace en 1957, mientras su hermana Virgen del Rosario lo hace en 1973.
El buen hacer de ambas en la elaboración y comercialización de vinos ha contribuido al éxito de la Denominación durante todos estos años.
Y es que Moriles es tradición, cultura, diversidad, singularidad y chispa.

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