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Orgullo de Bodeguero

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Para entender en ocasiones a los bodegueros, hay que considerar que, en muchos casos, estamos ante sagas familiares que han transmitido la noble vocación de elaborar vino de generación en generación. Y eso es mucho decir. Es llevar al extremo las luchas familiares que hemos visto en la saga “Gran Reserva”, donde los unos se miran a los otros por en

En una entrevista televisiva escuché hace días cómo un bodeguero comentaba lo siguiente: “con todos mis respetos, no es lo mismo hacer tornillos de tres pulgadas y media, que todos salen iguales, que vino, que es algo vivo y donde, prácticamente, no hay una botella igual a otra”, aseguraba con vehemencia y convicción, en una respuesta que podría ser un clon de lo que dijeran muchísimos interlocutores bodegueros en esa tesitura.

Ese peculiar carácter tiene sus aspectos positivos, dado que los bodegueros suelen ser los mejores comerciales de las bodegas y a los clientes o amantes de los vinos y sus marcas les brillan los ojos cuando los ponemos ante Alejandro Fernández, el Marqués de Griñón o Manuel Manzaneque, por citar a algunos. El problema puede venir cuando adolecen de empatía o de “inteligencia emocional” para solventar los problemas del día a día o las luchas intestinas familiares de las firmas que llegan a la tercera generación, punto que se considera clave para la consolidación definitiva o la destrucción de una firma. Para evitar esto se suelen convocar Consejos de Familia, para delimitar un protocolo concreto y establecer las reglas del juego, al margen de los Consejos de Administración.

Para entender esta “cosmovisión”, hay que escudriñar las raíces primigenias en el noble arte de hacer vino, labor que podría contar con más de 6.000 años de antigüedad, desde sus orígenes en Mesopotamia (la actual Irak).

En España nos llevaríamos algunas sorpresas sobre la antigüedad de las bodegas (entendidas como empresas), puesto que siempre pensamos en determinadas zonas de producción casi de forma automática. En este sentido, la familia Raventós cuenta con documentos familiares que atestiguan la actividad comercial en Cataluña de Codorniú desde 1551, siendo, por tanto, la bodega española más antigua. Le sigue, en orden cronológico la firma navarra Julián Chivite, creada en 1647, muchos años antes de que empezaran a proliferar grandes bodegas del Marco de Jerez, a partir de 1730. Sin aburrir con muchos más datos, varias bodegas de Valdepeñas son más antiguas que las grandes firmas de La Rioja, que empezaron a crearse a partir de 1852 (Marqués de Murrieta). Así, las bodegas de Salvador Galán (1794) o de Francisco Vivar del Bello (1796) atesoran más antigüedad, a pesar de que sólo se mantiene en la actualidad la bodega de Casa de la Viña, que data de 1857.

Sin toda esta singladura iniciada por numerosas sagas familiares, sería difícil entender ese orgullo bodeguero que persiste en la actualidad y entender ese carácter, que se marca a hierro en numerosos bodegueros, puede sernos de gran ayuda.

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